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NO TE LO PIERDAS PORQUE LAS ENTRADAS MÁS VIEJAS SERÁN BORRADAS PASADOS UNOS MESES.
Septiembre
Capítulo 1 de “Los nuevos campos de fresas”, publicado por SM en septiembre de 2024
La reunión del Consistorio de Seguridad era de Categoría 1, es decir, extraordinaria. Por esa razón estaban allí todos los departamentos implicados, sin faltar uno, y con los responsables directos en sus lugares de privilegio, rodeados por los subalternos dispuestos a atenderles en todo lo que necesitasen. La sala lucía también su mejor aspecto, con los colores del Estado presidiéndolo todo. Los ventanales, cerrados, impedían ver el esplendor de los jardines de La Cúpula. Se trataba de que nadie pudiera desconcentrarse, de que todos estuviesen pendientes de la reunión.
Daya Palri, directora del Consistorio de Seguridad, paseó sus metálicos ojos por entre los asistentes. Metálicos porque eran asombrosamente grises, como dos perlas incrustadas en sus pupilas. Su mirada era siempre fría.
También su expresión.
Ante ella vio rostros tensos, rostros serenos, rostros incluso sonrientes. Una amalgama de sensaciones. Algunos y algunas habían llegado ya al límite de su incompetencia. Otros medraban buscando el ascenso por las procelosas aguas de la política. Nadar y guardar la ropa. Destacar sin arriesgar.
Daya Palri sabía bien de que iba todo eso.
Ella también había estado allí abajo, frente a la tribuna.
Aunque de eso parecía haber pasado una eternidad.
Tomó aire, apretó las mandíbulas, se miró por última vez sus pulcras uñas pintadas de rojo. Luego expulsó el aire despacio, muy despacio.
Hora de comenzar.
—Señoras, señores… —reclamó la atención de los miembros.
No tuvo que tocar la campanita. Bastó su voz, serena, pausada. Quien más, quien menos, le tenía miedo. No convenía arriesgarse con ella. Eso le daba más confianza. El miedo no era bueno para mandar, pero, a veces, sí conveniente. Los hombres y las mujeres ocuparon sus asientos y el silencio se hizo inmediato. El medio centenar de personas la miró de manera directa.
Ella siguió tomándose su tiempo.
—Sabemos por qué estamos aquí —fueron sus primeras palabras, pausadas, medidas—. Conocemos la magnitud de la posible amenaza y, de lo que se trata, es de buscar soluciones en caso de convertirla en algo serio o, por el contrario, minimizarla si pensamos que no es más que una pequeña… llamémosla insurrección. Una gota de protesta que no causará ningún maremoto —hizo una pausa—. Eso es lo que vamos a determinar aquí y ahora, para sentar las bases de nuestras futuras reacciones en este sentido.
El silencio era enorme.
Ni siquiera nadie se atrevía a toser, para evitar un alud de miradas en su dirección.
—Hasta ahora —continuó la directora—, el autodenominado Líder Zero había divulgado tres comunicados subversivos. Si el primero fue una sorpresa, el segundo nos abrió muchos interrogantes, y el tercero nos puso en alerta, con este cuarto la alarma ya es más que evidente. Está claro que Líder Zero es una amenaza. ¿De qué magnitud? No lo sabemos. Pero todos comprendemos que erradicar un mal de raíz evita siempre tener que cortar luego un árbol entero de problemas —hizo una segunda pausa, esta más larga—. La pregunta que debemos hacernos es ¿hasta que punto cabe esperar que el mensaje de ese loco cale en la gente y pueda haber no ya una simple manifestación, sino una verdadera revuelta popular?
La pregunta flotó en el aire.
Nadie habló, así que volvió a hacerlo ella.
—Quiero opiniones —dijo sin que fuera una petición, sino más bien una orden.
Miró al primero de los miembros de los distintos gabinetes de Seguridad, abiertos en semicírculo frente a la tribuna.
—Zero es un solitario —fue tajante el primero.
—Yo añadiría un loco —asintió la segunda.
—Es más que probable que sea un afectado por haberse enganchado al meta —siguió la compañera que seguía en el semicírculo.
—Opino lo mismo —manifestó el hombre sentado en cuarto lugar.
La quinta era una mujer.
Sasha Maidan, jefa del Departamento de Bienestar.
Parecía un cargo menor, pero no lo era. Si la gente estaba contenta, siempre habría paz. Si la población mostraba grietas en su estado de ánimo, el fantasma de las insurrecciones se hacía patente. Un pueblo contento era un pueblo feliz. O eso decía la historia.
Siempre la historia.
Sasha Maidan se puso en pie.
—No tengo suficientes datos ni información real de él o de la amenaza que represente —habló con su habitual tono relajado endulzado con una voz suave—. Y el Consistorio sabe que no me gusta especular. No sabemos nada de Líder Zero. Absolutamente nada. Solo esos inesperados cuatro comunicados que marcan una clara y progresiva escalada en su tono —miró a los compañeros que habían hablado antes que ella—. ¿Loco? No lo creo. ¿Solitario? Tal vez, pero se hace oír. Su tono es enérgico. ¿Enganchado al meta? Quizá, pero eso no le hace más o menos peligroso. Sería tan solo una variable a tener en cuenta. Es más, si estuviera enganchado al meta, no resultaría tan hipnótica su presencia ni la manera en la que habla.
Daya Palri arrugó ligeramente la comisura de los labios. O le parecía poco lo manifestado por la jefa del Departamento de Bienestar o no le gustaba lo que sugería.
No le gustaba nada.
—¿Se nota algo en la calle? —le preguntó la directora.
—No —respondió Sasha Maidan—. Pero todavía es pronto para ver los efectos de ese cuarto comunicado. Apenas hace unas horas de su difusión.
—Quiero informes —pidió Daya Palri de manera cáustica y seca—. A diario, ¿de acuerdo?
—Sí, señora directora —fue lacónica su subalterna.
—Extienda de inmediato una red que pulse el ánimo popular.
—Pensaba hacerlo ahora mismo, señora directora —se sentó Sasha Maidan sabiendo que la conversación había terminado.
Siguió el turno de intervenciones.
El resto de los departamentos se manifestó en la línea de los cuatro primeros. Un loco, un solitario, un enganchado al meta, un falso revolucionario…
Nadie parecía presagiar el peligro.
Daya Palri se preguntó si lo despreciaban o si, por el contrario, preferían no hablar para no quedar señalados. Ninguno quería ser el alarmista.
El último en hablar siempre era Kaidos Roz, el Jefe de Seguridad Global, el perro de presa de Daya Palri y su más fiel y leal colaborador. Por lo general solía aprovechar la mayoría de las reuniones prioritarias del Consistorio para anunciar algo, una medida, una ley, un hecho destacable o propiciar un golpe de efecto.
Kaidos Roz sonreía.
Señal de que se trataba de esto último.
Los asistentes miraron hacia él, sentado a la derecha de la directora.
Kaidos Roz era taimado. A diferencia de Daya Palri sus ojos eran pequeños y su mirada oblicua. Llevaba el negro cabello peinado hacia atrás y una recortada barba que le proporcionaba un aire mefistofélico. No era un azar. Él mismo lo potenciaba. También vestía de negro riguroso, con la capa desplegada desde los hombros. Aunque no hiciera viento, la capa solía moverse igual que si bailara alrededor de su cuerpo. Su rostro era blanco. Sus manos pequeñas.
—Quiero aprovechar esta reunión de máxima seguridad, Categoría 1, para hacer un importante anuncio —dejó que el peso de sus palabras se extendiera por la sala—. No tiene que ver directamente con el tema que hoy nos ocupa, este cuarto comunicado del autollamado Líder Zero, pero sí creo que, tangencialmente, quizá nos sirva para enfrentarnos al auténtico problema de nuestro actual modelo de convivencia y la seguridad necesaria para mantenerlo. Por supuesto hablo del meta y de su influencia, no solo entre los jóvenes, sino también entre otras capas sociales y diferentes edades, porque todos sabemos el nefasto poder de las drogas, físicas o mentales, y su falso paradigma de libertad y evasión como divertimento —sacó pecho y elevó el tono de voz—. Es entre los adictos al meta donde Zero puede hallar la mayor respuesta a sus palabras. Es entre mentes enfermas, distorsionadas por las realidades paralelas y los falsos submundos en los que el meta les sumerge, donde Zero puede encontrar el caldo de cultivo de su locura. La gente contenta, feliz, no necesita evadirse, ni buscar en el metaverso alternativas u opciones mejores para su vida. Esa es la gente que forma mayoritariamente nuestra sociedad. Por contra, los enganchados, cuando salen de sus mundos virtuales e irreales, se encuentran con una realidad que no les gusta. Son marginados sociales. En este contexto es donde Zero puede hacer daño, apoderarse de la voluntad de los más débiles —dejó de hablar para alargar la mano, tomar un vaso de agua y darle un prolongado y pausado sorbo antes de dejarlo de nuevo en su lugar y mirarlo casi como hipnotizado—. Como jefe de Seguridad mi máxima prioridad es acabar con el meta y sus fuentes, abortar así el flujo de posibles seguidores de Zero, cortar el cordón umbilical que les une con él. Es por ello por lo que me place anunciaros que, en este mismo momento, se está desarrollando una importante operación de limpieza contra los adictos al meta localizados en una pequeña zona del Sector Oriental de la ciudad. Una gran redada que conducirá a la detención del mayor número de adictos jamás llevada a cabo y a la incautación de innumerables aparatos inductores de meta, posiblemente de la última generación.
El murmullo fue general.
Una oleada de reconocimiento y admiración que Kaidos Roz dejó flotar a su alrededor.
Sus ojos se encontraron con los de Daya Palri.
Ella asintió levemente con la cabeza, complacida.
El jefe de Seguridad levantó las manos, con las palmas hacia la concurrencia.
—Mi departamento trabaja de manera incansable por la seguridad ciudadana —pareció recordarles—. Pero también hay personas decentes, buenas, preocupadas por el bienestar global —deslizó una mirada insidiosa hacia Sasha Maidan—, que nos ayudan de manera eficaz, solidaria y desinteresada. Ha sido un oportuno soplo, chivatazo, como se le quiera llamar, de un ciudadano anónimo el que nos ha conducido a la redada que ahora mismo tiene lugar. Según parece, los reunidos en esa especie de orgía virtual van a viajar por un nuevo sistema inductor, más potente que los ya conocidos, y que presupone un realismo diez veces mayor de los CRV o las GRV más habituales, porque la conexión no es solo visual, sino neuronal, unida directamente al bulbo raquídeo.
Los asistentes se miraron entre sí.
Hubo murmullos.
Los Cascos de Realidad Virtual y las Gafas de Realidad Virtual suponían la evidencia más tangible de la proliferación de los enganchados al metaverso. Ahora Kaidos Roz hablaba de… ¿uniones neuronales?
¿Conexiones directas con el mismo cerebro?
El jefe de Seguridad miró a la directora.
Se le notó el orgullo en la voz.
—Señora, si me lo permite, creo necesaria ahora mi presencia en el mando del operativo policial para llevar directamente los detalles de la redada de la que acabo de dar noticia a este Consistorio.
Daya Palri se puso en pie.
De hecho, la reunión terminaba allí.
Bajo el silencio impuesto por su presencia, erigida como estandarte en lo alto de la tribuna, todos los asistentes proclamaron a una el lema nacional.
—¡Un mundo, un Dios!
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Agosto
Capítulo 1 de “La naturaleza del juego”, publicado por Libresa en Ecuador en septiembre de 2024
—Internet es una mierda.
Lo dijo así, tal cual.
Y todos se lo quedaron mirando.
—¿Cómo ha dicho? —rompió aquel extraño hielo Francisco.
—Internet es una mierda —lo repitió.
Volvió a hacerse el silencio.
Ellos se movieron agitados. La recta final de la clase prometía. Intercambiaron miradas cómplices y sonrisas veladas. Mauricio Peralta, El Pera, siempre les sorprendía.
A veces, más.
—¿Lo dice para provocar? —soslayó Iván.
—Lo digo porque es verdad —se reafirmó el profesor de Filosofía.
—¿Lo va a aclarar o eso es todo? —preguntó Manuel.
—¿Es necesario que lo aclare? —inquirió el profesor.
Asintieron todos.
—¿Tenéis redes sociales?
De nuevo hubo un asentimiento general.
—¿Twitter, Instagram, Facebook…?
Sabían perfectamente que él pasaba de esas cosas, y no porque fuera octogenario, al contrario. El Pera apenas si acababa de cumplir los treinta.
Lo llamaban radical.
—Sí, todo eso —se escucharon un par de voces.
—Así que formáis parte del ruido.
No era una pregunta. Era una aseveración.
—No es ruido —dijo Estibaliz—. Las redes sociales son parte de nuestro tiempo, del momento actual. Negarlo es negar la realidad, el progreso, ir contra corriente.
—¿Progreso?
Cada vez que empleaba una determinada palabra, y la pronunciaba sola, sonaba como un latigazo, un flagelo que les caía encima con total virulencia.
—Claro que es progreso —se atrevió a desafiarle Anna.
Mauricio Peralta se sentó en el borde de la mesa. El entarimado se elevaba apenas un palmo por encima de ellos, pero para el caso, era como si el maestro estuviera en las alturas. Desde allí los dominaba, extendía la mirada por encima de sus dos docenas de cabezas.
—Estamos en clase de filosofía, ¿es así? ¿Y qué hace la filosofía? Os ayuda a pensar. Internet es la antítesis de la filosofía, porque os lo da todo hecho. Estáis a un clic —hizo un gesto con un dedo— de acceder a todas partes, a cualquier conocimiento. Pero lo obtenéis gratis, no lo asimiláis, la mayoría lo da todo por sentado y adiós. Internet anula el pensamiento racional, os convierte en robots como parte de eso que se llamó en su día globalización, y que no ha sido más que un genocidio cultural, como ya advirtieron muchas voces en su momento.
—¿Entonces, debemos darle la espalda al futuro y mantenernos puros y descontaminados? —preguntó con un deje de burla Lucas.
—No. Solo digo que lo cómodo no conduce a la superación y que esto —se tocó la sien—, necesita activarse día tras día. Navegando por la Red o jugando con las redes, os convertís en meras piezas de la maquinaria, parte de un engranaje infinito que se nutre de vuestra ignorancia. Voy a contaros algo —recuperó un tono más pausado hablando despacio—. Antes, mi padre, mi abuelo, cuando querían hacer un trabajo, tenían que buscar libros y leerlos, ir a hemerotecas, currárselo, dejarse las cejas, y cuando lo terminaban, se sentían orgullosos. Más allá de la nota, se sentían orgullosos del esfuerzo. Ese orgullo era parte del aprendizaje. Saber que habías conseguido algo por ti mismo era un plus. ¿Me seguís? —no esperó su respuesta—. Ahora en cambio entráis en Internet y allí lo tenéis todo. De cada diez páginas, en nueve hay errores, pero no os importa. Si está ahí, lo dais por bueno. Tampoco es que vayáis a las diez páginas, os contentáis con la primera. Todo lo más contrastáis con otra. Luego, pasáis. Encima os fiais de la nefasta Wikipedia, en la que cualquier imbécil puede poner lo que quiera, por más que se diga que todo está contrastado y referenciado —añadió—: ¡Y una mierda!
Se hizo un incómodo silencio.
El Pera hablaba en serio.
—Oiga… ¿A qué viene esto ahora? —vaciló Tomás.
—Estamos en clase de filosofía. La mayoría, hagáis lo que hagáis, vais a necesitar pensar —cinceló una sonrisa irónica en su cara—. Muchos queréis ser periodistas, ¿no? Me lo dijisteis al empezar el curso. ¿Os suenan de algo palabras como ética, verdad o rigor informativo? Claro que si lo que pretendéis es presentar un programa de telerrealidad en una cadena hortera o ser tertulianos del corazón… Ahí ya me callo —dejó ir un largo suspiro, casi de cansancio pese a que se le notaba peleón—. No, en serio, ya os diré al final a que viene esto. Ahora hablemos, o mejor decir debatamos, defendedme vuestra posición.
—Esto lo hace para motivarnos o… —tanteó Lucas.
—Lo hago porque es un tema importante en el que debéis pensar.
—Pero lo hace para que haya debate —insistió Iván—. ¿Cómo puede decir que Internet es una mierda? ¡Ha hecho la vida más fácil a todo el mundo! Yo me asusto cuando pienso en cómo era todo antes. Mi abuelo dice que cuando era joven, para telefonear a un pueblo de aquí al lado, tenía que poner una conferencia.
—¿Una qué? —se burló Anna.
—Llamaba a una centralita o algo así, y tenía que esperar una hora o dos a que le devolvieran la llamada diciendo que ya podía hablar —se lo explicó Iván.
Anna puso cara de no creérselo.
—Yo no digo que la vida no sea más fácil —habló de nuevo el profesor—. Digo que era más comprometida. Y la palabra compromiso es muy importante, porque requiere entrega, valor, honradez… —les barrió con una mirada expectante—. Tu abuelo tiene razón, Iván. El mío también me cuenta que cuando era adolescente, para comprarse un disco tenía que ahorrar, y cuando lo conseguía y llegaba a casa, todo era un ritual maravilloso: sacarlo de la funda, ponerlo en el tocadiscos, escucharlo… Era “su” disco. Lo había sudado. Lo valoraba. Hoy no tenéis más que mover un dedo en una pantalla y ya está.
—Pues genial, ¿no? —dijo Manuel.
—¿Apreciáis la música?
Se miraron entre sí.
—¿Por qué no vamos a apreciarla? Solo porque sea gratis no significa que no nos encante. —dijo Iván.
—¡Gratis! ¡Tú lo has dicho! ¿Y el que compuso esa canción qué? ¡En Internet todo es gratis!
—Él ya cobra de otras partes.
—¿Estás seguro? ¿Entonces porque la piratería mató el mundo de la música hace años y dejaron de venderse discos? ¿Y qué pasa con los libros? ¡Un tipo se pasa meses o años escribiendo algo y luego alguien lo cuelga gratis en Internet! ¡Genial! ¡Eso es un robo! Mirad, hoy mismo he venido en el metro —siguió combativo El Pera—. En el vagón, nadie leía un libro ni un periódico. Todos miraban el móvil. Bien. Había un montón de chicos y chicas como vosotros con los pinganillos en los oídos. Yo miraba sus caras impasibles y me preguntaba que demonios estaban oyendo. ¡Si escuchas música se te mueven los pies, algo, lo que sea! Pero ninguno se movía. Imaginé que estaban oyendo una conferencia de Karl Marx, porque de lo contrario…
—Yo escucho música en el metro con el móvil y no me pongo a bailar —manifestó Luisa.
El profesor pareció momentáneamente desalentado.
Pero no bajó la guardia.
Le conocían: pretendía algo e iba a por ello.
—De acuerdo —dijo como si se rindiera—. Internet no es una mierda. El uso que le dais, sí.
—¿Pero por qué odia los móviles y las redes sociales? —preguntó Maite.
—Porque pienso que el móvil es como un agujero negro por el que se os va lo único que no podéis perder a vuestra edad: el tiempo y la energía. Y porque estoy seguro de que las redes sociales son un engendro, lo más estúpido de una sociedad estúpida —hizo una pausa y volvió a arrancar—. Twitter nació con la idea de dar voz a los que no tenían voz. Y yo me pregunto: ¿hacía falta? ¿Hay que dar voz a un montón de descerebrados que solo lo usan para decir lo que piensan, cuando a nadie le importa lo que piensen, y para poner a parir a otros escudados en el anonimato? Twitter es el ejemplo de algo que nació con un buen propósito y se ha convertido en una herramienta absurda, un generador de odio. Facebook lo dice todo sobre ti, no hay misterio. ¿Sabéis que dije cuando apareció eso y todo el mundo se volvió loco apuntándose? Y recordad que tenía vuestra edad. Dije que nos estábamos convirtiendo en Faustos modernos, pero que lo malo era que la gente entregaba su alma al diablo sin nada a cambio. Por último, Instagram —levantó las manos al cielo—. En pleno invierno, pelándonos de frío, y una famosilla de turno cuelga fotos tomando el sol en una playa caribeña. ¡Fantástico, gracias! Encima recibe un montón de likes, “me gusta” o como lo llaméis. ¡Os dan por debajo de la rabadilla y les dais las gracias! ¡Eso es puro exhibicionismo! Se suben videos haciendo gilipolleces o manadas violando a una chica. ¡O sea que, además de bestias, son tontos! Mirad —bajó un poco el tono—. Anoche estuve mirando periódicos digitales y aluciné. Había titulares del tipo “las redes arden con el último desnudo de Fulanita de Tal” o “el tremendo zasca de Tal a Cual”. ¿Vais a ser periodistas para esto? ¿En serio? ¡El trending topic nacional, lo más visto, era una pelea de folclóricas tirándose de los pelos! Con la de cosas que pasan y lo más visto era eso —abrió los brazos casi con desesperación. Era un profesor apasionado. Eso solían valorarlo—. ¿De verdad queréis ser diferentes? Coño, rebelaos. ¡Salid de las malditas redes sociales! O mejor aún, salid de casa sin el móvil, como se hacía antes y la gente era más feliz.
Se hizo el silencio en el aula. Ya nadie se atrevió a abrir la boca. Tampoco entendían muy bien a qué venía aquella inesperada arenga anti tecnológica
—Decidme una cosa —volvió a hablar—. Cuando acabe la clase y salgáis, ¿hablaréis con algún compañero o lo primero que haréis será mirar el móvil para ver si tenéis mensajes?
De nuevo el silencio
Mauricio Peralta sacó su propio móvil del bolsillo.
—Yo también tengo uno, ¿lo veis? —levantó la mano en alto—. Pero no vivo pendiente de él, apago las musiquitas de aviso de mensajes porque apenas ninguno me interesa y si alguien quiere decirme algo, me telefonea y listo
—Bueno, ya nos ha provocado bastante. ¿Y ahora qué? —habló Lucas.
Mauricio Peralta sonrió.
Tenía que ser Lucas, claro. Él e Iván eran los dos geniecillos de la clase, aunque la más lista fuese Maite.
—¿Crees que lo que he dicho no lo pienso y que todo esto lo he hecho únicamente para pincharos?
—Sabemos que lo piensa, pero soltado así, sin más… Será por algo, ¿no?
La sonrisa se hizo mayor.
—Sí, es por algo —reconoció el profesor—. Digamos que ha sido el calentamiento —unió las manos y expandió una falsa sonrisa en la cara que le iba de oreja a oreja—. Vais a hacerme un trabajo, un ejercicio, como queráis llamarlo. Y habrá nota, así que tomáoslo en serio —esperó a que las palabras hicieran efecto—. Tendréis una semana de plazo y lo haréis en grupos de tres, no más y tampoco menos. Sois veinticuatro así que salen ocho grupos. Me interesa que hagáis un estudio sociológico de los mecanismos de las redes y su influencia en las personas.
—¿Y eso como…?
La mirada de Mauricio Peralta cortó a Inés.
—Subid algo a las famosas “redes sociales” —lo remarcó—, y ved las consecuencias.
—¿Algo como qué? —insistió Lucía.
—Eso es cosa vuestra —se encogió de hombros—. Pero no me sirve una foto haciendo el idiota para ver si sacáis muchos likes. Quiero que provoquéis una reacción, y que trabajéis sobre ella.
—¿Una fake new? —preguntó Sandro.
—Me da igual si es algo falso, demencial o absurdo, como que mañana vendrán los marcianos. Quiero un trabajo de campo, documentado, analizado. Podéis ser inquisidores o abogados del diablo. Podéis inventaros algo y medir las consecuencias. Por esa razón os he soltado mi rollo previo.
No había mucho más que decir y lo sabían.
Sobre todo porque la clase acabó en ese mismo instante.
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Mayo
Capítulo 1 de “El misterioso caso del extraterrestre verde (y bajito)”, publicado por SM en abril de 2024
Desde que había descubierto que le gustaba escribir y, encima, que lo hacía bien, Catalina no paraba.
Unas veces era un poema, otras un cuento, otras un relato. Atreverse con una novela larga, de momento, todavía no se había atrevido. Pero todo llegaría. Era cuestión de paciencia. En las biografías de los grandes novelistas no se decía que hubieran publicado siendo niños. Lo mejor de escribir es que no era jubilable. Una podía hacerlo hasta que se muriera.
Sus padres empezaban a asustarse.
—Es que cuando se le mete una idea entre ceja y ceja…
—Se lo ha tomado en serio.
—Y cuando se pone, se pone.
—Fíjate tú lo callada que está en su cuarto.
Catalina hacía ver que no los oía, porque aunque hablaban en voz baja… ¡Como si fuera sorda!
—¡Ay, zeñor! —solía suspirar.
Primero se habían preocupado porque ceceaba (¡un drama!). Después, porque empezó a leer casi antes que hablar (¡las chicas listas tenían problemas!). Más tarde porque, en lugar de leer cuentos para niños, leía todo lo que fuera policiaco y le entusiasmaban los misterios (¿esas lecturas no serían demasiado para ella?). Ahora, la guinda, se preocupaban porque escribía (¿qué raro, no?).
El caso era preocuparse.
Total porque no era una niña-niña como las demás.
Y repetía:
—Zi ez que…
No solo eran sus padres. Salvo sus mejores amigos, los gemelos Elena y Sergio, la mayoría de las personas del pueblo la miraban con aprensión, como si fuera un bicho raro. Tan seriecita, pero diciendo siempre las cosas por su nombre. Como no se cortaba un pelo, y tenía respuesta para todo y para todos, algunos incluso la temían.
Por ejemplo, en la librería del pueblo.
Una vez a la semana Catalina entraba allí y hacía la misma pregunta:
—¿Ha llegado alguna buena novela policiaca para niñoz?
El señor Bernabé, la señora Eduvigis y la dependienta, Beatriz, se miraban entre sí.
Luego hablaban casi a la vez.
—Pues… no, no, tampoco esta semana.
—Para adultos sí, claro.
—Aquí tengo un cuento infantil titulado “El robo del conejito de peluche de Marisol”.
El “cuento infantil” era para niños y niñas de 0 a 6 años, con dibujos de lo más pastelero.
—No ez lo que buzco —lo dejó sobre el mostrador fastidiada mientras les miraba a los tres—. ¿Pero que lez paza a los escritorez de libroz infantilez y juvenilez? ¿Ez que ziempre han de ezcribir zobre laz mizmaz cozaz?
—Bueno, es que para nueve años… —trató de decir el señor Bernabé.
—Lo que gusta a la mayoría de los niños y niñas… —intentó ayudarle la señora Eduvigis.
—Los libros infantiles han de ser libros felices, ¿no? —se atrevió a decir Beatriz.
Catalina le lanzó una de sus miradas sin palabras.
“Libros felices” equivalía a decir libros con moralina, con ejemplos, finales adulcorados, directamente escolares.
—¿Por qué no lez preguntan a los niñoz y laz niñaz lo que lez guzta o guztaría leer? Igual ze llevarían una zorpreza —aventuró mientras señalaba el cuento infantil—. Ez como ezo de poner detráz la edad recomendada. Ni que todo el mundo tuviera el mizmo cerebro.
A estas alturas, el señor, la señora y la dependienta, ya estaban morados.
—¿Uztedez ze leen todo lo que lez llega a la librería? —preguntó de pronto Catalina.
El dueño, la dueña y la dependienta, además de morados se quedaron paralizados.
—Todo, todo…
—Es imposible, claro.
—Si cada semana salen tropecientos libros…
—¿Entonzez cómo zaben lo que ez bueno y lo que no, o lo que puede guztar a cada cual, para recomendarlo a la gente? —preguntó ella.
Dejaron de estar morados. El señor Bernabé se puso verde. La señora Eduvigis se puso roja. Beatriz se quedó blanca. Sobre todo porque ella, que trabajaba en una librería, no se había leído un libro en la vida.
La pregunta de Catalina flotó como una barra de hielo allí en medio. Del calor del verano al glacial frío invernal del desconcierto. Por suerte en ese momento entró la señora Carmen, una de las cotillas oficiales del pueblo, que iba a por su ración semanal de revistas del corazón para ver cómo vivían los guapos y los famosos para poder envidiarlos o criticarlos.
—¡Señora Carmen, qué alegría verla! —exclamó aliviado el señor Bernabé.
Catalina ya no continuó con sus argumentos. No era el momento. Después de todo, la suya sabía que era una batalla perdida. Sí, tenía nueve años y era diferente.
A veces se sentía muy sola.
—Que poco emocionantez que zon a vecez laz cozaz—refunfuñó mientras salía de la librería para regresar a casa decidida a escribir sus propias novelas de misterio.
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Abril
Capítulo de “Yo, Elisa”, publicado por Siruela en abril de 2024 (Versión en catalán, !Jo, Laia”, en Fanbook)
Me llamó saco de mierda. Esas fueron exactamente sus palabras: Oye, saco de mierda. Yo me volví y me la quedé mirando. Total, habíamos tropezado. Total, se le cayeron algunas libretas. Total, nada. Pero se volvió y me lo dijo: Oye, saco de mierda. Yo pensé en echarme encima suyo y sacarle los ojos. No me faltaban ganas. Era guapa y rubia. Guapa y rubia. Guapa y rubia. En lugar de estar dando gracias a los dioses por ser guapa y rubia me llamaba saco de mierda. Pero no me eché encima suyo. Tampoco le pedí perdón. La miré fijamente. ¿Tú de qué vas? No, ¿de qué vas tú? Hemos tropezado, ya está, no tienes por qué insultarme. No te he insultado. Me has llamado saco de mierda. Es que lo eres. ¿Tú te has mirado bien, esquelética? Si parece que vayas a romperte en un plis plas. No estoy esquelética. Ni yo gorda. Sí, tú estás gorda. Pues tú esquelética. Y en eso que nos quedamos así, mirándonos fijamente, y de pronto nada, que nos echamos a reír. Pero a carcajadas. Como locas. Tanto que acabamos abrazadas con los ojos llorosos hasta que nos calmamos. ¿Cómo te llamas? Elisa, ¿y tú? Yolanda. Vale pues, Yolanda. Vale pues, Elisa. Ella iba a una clase y yo a otra. Nos separamos y eso fue todo. Pero al salir nos encontramos. Ella me estaba esperando y yo sé que en el fondo la busqué. Yolanda era todo lo que yo quería ser. Y, más tarde, supe que yo desperté en ella algo difícil de explicar. Difícil hasta que no se sabe cual era el secreto de Yolanda. Porque tenía un secreto que nadie sabía y que, incluso a mí, ya amigas, tardó en contarme. Desde ese día hablamos. Desde ese día, por fin, sentí que tenía una amiga. No me importaba hablar con ella de mi peso, ni de mis complejos, el pelo, los labios, las tetas… Parecía comprenderme. Y no le daba importancia. A los tres días de vernos, extrañada, le pregunté si era lesbiana. Me miró y me dijo que no. ¿Por qué me preguntas eso? Porque la última amiga que tuve lo era y me besó. ¿Te gustó? ¡No! ¿Y crees que yo pueda serlo? Bueno, nos hemos hecho amigas y me sorprende. ¿Por qué te sorprende? ¿Y lo preguntas? Tú eres guapa, rubia y estás delgada. No tenemos nada en común. ¿Hemos de ser iguales para ser amigas? Vale, perdona, es que no lo entiendo. ¿Pero te gusta que seamos amigas? Sí, me gusta mucho. ¿Crees de verdad que soy guapa? ¿Estás de coña? ¡Lo que daría por parecerme un poco a ti! Ella de pronto se puso muy seria y antes de que pudiera hacer o decir nada rompió a llorar. Yo a cuadros. ¿Por qué lloras? Por nada, por nada. Nadie llora por nada. Lo siento. ¿Qué te pasa, qué he dicho? No importa. Sí importa. Eso de que darías lo que fuera por parecerte a mi. Exactamente. ¿Pues sabes, Elisa, yo daría todo por parecerme a ti? ¿Estás de broma? ¡No! Y vuelta a llorar. La abracé sin entender ni una mierda. ¿Estaba chalada? Pensé que sí, y que por eso estaba conmigo. Loca de remate. Pero no me importó. Lo vi como algo natural. ¿Quién sería amiga mía si no una chalada? Al día siguiente me preguntó por lo del beso. Le dije que la otra me había metido la lengua hasta la garganta y se rió. ¿No te ha besado ningún chico? No, sólo esa chica ¿y a ti? Tampoco. ¿En serio? En serio. Pero con lo guapa que eres… ¡Basta con eso de que soy guapa! No te enfades. ¡Es que no paras de decirlo! Vale, perdona, no lo diré más, ni hablaré de tu pelo. ¡Por favor, en serio! Vale, vale. Corté porque volvía a tener los ojos vidriosos y no quería más lágrimas. Sin embargo, que con quince años —los acababa de cumplir y a mi me faltaban un par de semanas—, ningún chico lo hubiera hecho, o al menos intentado… ¿No has tenido novio? No. ¿Por qué? Cuando un chico se me acerca hecho a correr. ¿Les tienes miedo a los chicos? Cosas mías, se encogió de hombros. Va, en serio. Y me miró con sus increíbles ojos grises orlados por una enorme tristeza. De noche, en casa, le dije a mi hermana que había hecho una amiga. ¿Cómo es? Se lo dije. Mi hermana se puso seria y soltó un lacónico: Ya. ¿Qué pasa? ¿Por qué dices ya? Por nada. ¡Va, dímelo! No importa. ¡Sí importa! Mira, yo también tuve una amiga a los catorce años que no se parecía en nada a mí. Sí, ¿y qué? Pues que la escogí por una razón. ¿Cuál? Para que no me hiciera sombra. Me quedé a cuadros. ¿Se puede “escoger” a una amiga para destacar? Elisa, cuando dos chicas guapas van juntas y aparece un chico, puede ir a por cualquiera de las dos, y si a las dos les gusta el chico… Malo. En cambio si una destaca más que la otra, el chico se queda con ella, no hay color. Esto va así. Luego aprendes, valoras más otras cosas, pero a veces somos egoístas. No digo que no seáis amigas, porque yo lo fui, y mucho, de la mía. Pero me sentía cómoda a su lado porque no era una amenaza. Al día siguiente miré a Yolanda con otros ojos. Y a los dos o tres le pregunté por qué éramos amigas. Porque no nos parecemos en nada y eso es bueno. ¿No será para que destaques tú más? ¡No! ¿Cómo puedes creer eso? Perdona, es que… Me abrazó muy fuerte. Temblaba. Parecía incluso… emocionada. Hagamos algo loco, me propuso de pronto para cambiar de tema. Algo tuyo y mío, de nadie más. Algo que sea nuestro para siempre. ¿Como qué? No sé, pero algo que no hayamos hecho jamás, ninguna de las dos. Yo nunca he hecho cosas locas. Ni yo, por eso te lo digo. Parecía decidida, le brillaban las pupilas. Había algo en ella como de… desenfreno. Me cogió de la mano y tiró de mi. ¡Ven! ¿A dónde? ¡Quiero un chute de adrenalina! ¿No irás a comprar drogas? ¡No, tía! Corrimos sin parar, hasta el cruce de la vía del tren con la carretera. Entonces se tendió sobre las vías a unos veinte metros, para que no la vieran los que iban en coche. ¿Qué haces? Vamos, ven, tiéndete a mi lado. ¿Estás loca? ¿No hemos dicho que haríamos algo que nunca hemos hecho? Pero esto… ¡Esto es para probarnos algo, Elisa! ¿Probarnos qué? ¡Que estamos vivas! Ya, y como venga un tren estaremos muertas. ¡No, nos levantaremos antes, pero hemos de ver acercarse a la bestia! ¿Llamas bestia a una locomotora que debe de pesar cien toneladas? ¿Tienes miedo? Pues sí. ¿No confías en mí? Confiaba hasta hace un rato, ahora no sé. ¡Elisa, demuéstrate que puedes! ¡Te sentirás de fábula! Yo miraba las vías del tren, con ella sentada en el suelo. No se veía nada en ninguno de los dos sentidos. Estábamos en medio de una larga recta. No sabía qué hacer. Pero era mi única amiga, y me pedía algo. ¿De locos? Sí. pero quizá tuviera razón. Yo me sentía como la peor de las chicas. Seguro que ninguna había hecho algo como lo que me proponía Yolanda. ¡Nos levantaremos a tiempo! ¿Cómo estás segura? ¡Somos ágiles! ¡Se trata de ver cuánto aguantamos! ¿Por qué quieres jugarte la vida? Y me dijo aquello: ¿Qué es la vida? Y yo, pues… Y ella: mejor vivir cinco minutos a tope sintiendo algo que setenta años vacíos sin nada. Un día lo recordarás y te sentirás bien. De pronto, en el cruce con la carretera, se escuchó la campanilla y bajó el paso con la barrera para que los coches esperasen. Iba a venir un tren. Elisa, hazlo o no te hablaré más. Incluso es posible que no me aparte. ¿Qué dices? Ya, da el paso. Ahora o nunca. Y lo hice. Lo di. Me puse a su lado. Me cogió de la mano y me obligó a sentarme. Tranquila. No lo estoy. Yo te aviso. Yolanda… A lo lejos vimos la mancha oscura del tren. Joder… se acercaba a toda leche. En un momento parecía un punto perdido y al siguiente ya casi estaba allí. El maquinista debió vernos, porque tocó la alarma. Venía, venía recto. Yolanda sentada. Yo a su lado. Doscientos metros. Cien metros. Cincuenta metros. Ya no pude más y salté hacia la seguridad más allá de las vías. Miré a Yolanda. No se movió. Sonreía. Desafiaba al tren. Veinticinco metros. ¡Yolanda! Quince metros. ¡Sal ya! Diez metros. Cerré los ojos para no ver como el tren la arrollaba, y en ese instante sentí el viento huracanado del convoy pasando por mi lado. No quería volver a abrirlos. Estaba aterrada, fría, muy fría. Hasta que, de pronto, oí su voz. No ha estado mal, ¿eh? Abrí los ojos y allí estaba ella, a mi lado, sonriendo orgullosa. Casi la mato. ¡Me has dado un susto de muerte! No es para tanto. ¡Pensé que habías muerto! Ya te dije que saltaría a tiempo. ¡Joder, Yolanda! Estás temblando. ¿Cómo no quieres que tiemble? ¿Pero no ha sido genial? ¡No! Yo diría que sí. ¡Pues no! Mírame a los ojos y dime que no otra vez. La miré y ya no pude. ¡Estaba feliz! Pocas veces la vi tan animada. Vámonos, no sea que el maquinista haya dado un aviso y nos detengan, tiré de ella. Nos alejamos, yo todavía con el corazón a mil y ella como si tal cosa. Acababa de desafiar a la muerte. Caminamos un rato en silencio. Y cuando nos íbamos a separar me cogió de las manos y me dijo: Prométeme una cosa. ¿Cuál? Que si un día tienes una hija, le pondrás Yolanda. Hecho, y tú Elisa a la tuya. Yo no tendré hijos. Eso dicen todas. Yo no. ¿Por qué? Porque nunca me casaré. Bueno, no hace falta casarse. Tampoco tendré pareja. ¡Anda ya! Para tener pareja hay que estar enamorada. Y yo nunca me enamoraré, Elisa. Si, ya, eso lo dices ahora. En serio, nunca. ¿Por qué? Y pronunció aquellas tres palabras tan misteriosas: porque no puedo.
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El poema de febrero
PALABRAS
Hay palabras que antes de ser escritas ya están muertas
Antes de ser pronunciadas ya están gastadas
Antes de ser oídas ya son mentiras
¿Cuál es tu palabra amiga al borde del silencio?
¿Qué quisieras escuchar mientras te acercas al abismo?
¿Cuál te carcome el corazón en la soledad de la noche?
Hay palabras que después de ser escritas ya no valen
Después de ser dichas no han sido oídas
Después de ser escuchadas lloran
¿Cuál es la palabra que más te duele?
¿Cuál es la que gritas en el orgasmo?
¿Cuál es la que dirás en el último suspiro?
Palabras
Sólo palabras
Déjalas junto al viento para que él se las lleve
Palabras
Sólo palabras
Ponlas en tu vientre y después aprieta
Palabras
Sólo palabras
Todas las inocencias están huérfanas de palabras
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Enero
Capítulo 1 de “El cementerio de las tumbas vacías”, publicado por Edebé en febrero de 2024
Capítulo 1: La muerte de mi padre
Antes de que sucediera todo lo que voy a contar, en mi vida solo se habían producido tres acontecimientos. Y los tres muy seguidos: la muerte de mi padre, el día que conocí a mi abuelo y la aparición de Eileen.
Un choque, una impresión y el amor.
Demasiado para que sucediera con tan pocos días de diferencia.
Mi padre, George Loughton, era el hijo mayor de sir Patrick Loughton, un hombre poderoso, descendiente de corsarios y reconocido gracias a sus muchos méritos por los mismos reyes de Inglaterra. Los Loughton habían vivido siempre en Port Leyton, en lo más abrupto de la costa oeste del país. Port Leyton era un pueblo de pescadores, siempre lo había sido hasta el comienzo de su declive al morir el siglo XIX. El progreso y las industrias de nuevo cuño surgidas al despuntar el nuevo siglo, habían hecho crecer la ciudad hacia el interior, dando un poco la espalda al mar y partiendo la localidad casi en dos. A un lado, el viejo villorrio con sus pescadores aferrados a la tradición. Por el otro, la ciudad que crecía imparable extendiéndose más allá de los acantilados.
Mi abuelo, Patrick Loughton, era el último de una estirpe endurecida con el paso del tiempo. Una estirpe asentada en la tradición. Bueno, el último no. Mi abuelo había tenido tres hijos: mi padre George, mi tía Charity y mi tío Archibald. Pero la historia de cada uno difería mucho de la de sus hermanos. Eran asombrosamente distintos. Y de los tres, el más osado, intrépido y peculiar, había sido mi padre. Por eso yo no conocía a mi abuelo, ni a mi tía, ni a mi tío, al que solo vi una vez siendo niño. Fue durante el entierro de papá cuando todo cambió, cuando mi abuelo me conoció y vio en mí algo que…
En fin, ya lo veréis, no quiero adelantar ningún acontecimiento.
¿Por qué mi padre no vivía en la mansión Loughton, Manor House, ni en alguna casa de Port Leyton? ¿Por qué yo no conocía a mi abuelo? La razón es simple: por las malditas tradiciones. Como si todo estuviera escrito cuando en una familia acomodada nacían varios hijos. El heredero era el primogénito varón, el hombre destinado a mantener alto el estandarte familiar; si había una primera hija, estaba destinada a llevar a cabo una buena y conveniente boda; si había una segunda hija, se la preparaba para quedarse soltera y cuidar de sus padres en la ancianidad —eso si no la reclamaban desde un convento o se la enviaba a él, para estar a buenas con Dios—. La fortuna o no de los otros hijos menores dependía de muchas cosas, pero solían ser siempre seres ociosos y resentidos por no haber nacido los primeros.
El caso de los últimos Loughton, de los que yo formo parte, fue distinto, signo de los nuevos tiempos. Mi tía Charity se casó ciertamente con un prominente noble, Robert Harlow, al que dio tres hijas, y mi tío Archibald se convirtió en la oveja negra de la familia. Sin el orgullo y el temperamento de mi padre, y sin las ansias de subir en el escalafón de la nobleza de mi tía, se había quedado soltero reuniendo en sí mismo todos los requisitos de los ricos sin nada que hacer. Era vividor, bebedor, conquistador. Embaucador y… encantador. Pronto le conocería bien e iba a comprobarlo. Tía Charity vivía en Londres, tío Archibald entre Liverpool para sus correrías y Manor House, la mansión Loughton, cuando necesitaba calma, refugio o dinero, y mi padre…
Es hora de que hable de él y del motivo de que yo no conociera a mi familia.
Mi padre no quería ser un Loughton. Nunca lo quiso. Se rebeló siendo primero adolescente y después joven. La falta de una madre también fue decisiva llegado el momento, porque para entonces la abuela ya había muerto al dar a luz a tío Archibald, sumiendo al abuelo en la más completa soledad incluso con sus hijos. No es que papá renunciase a su apellido: renunciaba a su estilo de vida. Se dio cuenta muy pronto de que el mundo estaba cambiando, y cambiaría más. Las estirpes de los grandes nombres, las grandes familias, los lores, los sires… todo eso carecía de futuro a largo plazo. Sabía que siempre, siempre, llevaría el apellido Loughton, pero de ahí a vivir como uno mediaba un abismo. Ni se resignó ni aceptó lo que el abuelo, el padre de mi padre, tenía reservado para él. Sir Patrick Loughton tenía por entonces una flota de barcos pesqueros, prácticamente todos los que atracaban en Port Leyton. Mi padre creció más en el mar que en tierra. Quiso vivir aventuras, conocer mundo, sentir la vida corriendo libremente por sus venas, y por ese motivo se marchó a recorrer los siete mares. Su padre le dejó, pensó que, cuando se cansase, regresaría y sentaría la cabeza. Pero no fue así. Es decir, sí regresó, pero no para ocupar el lugar que le correspondía, sino para rebelarse y enfrentarse a su progenitor, por más que ese no fuera su deseo. Viajar y vivir esas aventuras le hizo más fuerte, confirió mayor peso a sus convicciones. Pero, por encima de todo ello, a la vuelta a casa no lo hizo solo, lo hizo con mi madre.
Taarita.
Mi madre era una indígena bellísima de las Indias Orientales. Una auténtica princesa de piel cobriza, grandes ojos de mirada de fuego, dientes como perlas y cabello arremolinado como el coral. Cuando mi padre la conoció, cayó rendido a sus pies. Se enamoraron perdidamente el uno del otro y se casaron, no por la iglesia, sino siguiendo ritos ancestrales de su tierra. Según me contó mi padre, cuando el abuelo vio a Taarita la rechazó, y rechazó también su unión sacrílega e impura no sentenciada por Dios. Como descendiente de esclavistas, el abuelo creía que aquellas gentes que vivían allende los mares no eran más que salvajes. Que su hijo mayor lo desafiara con una de ellos era una afrenta absoluta. A él y al apellido Loughton, mancillado para siempre.
El abuelo no solo renegó de mi padre.
Renegó de todo lo que pudiera venir de él.
Por entonces, incluido yo.
El hijo mayor del hijo mayor era un… mestizo, aunque tuviera más la piel de mi padre que de mi madre, de la que sí heredé el cabello y el fuego de la mirada. A fin de cuentas mis hijos sí podían ser como ella.
Podéis imaginar el resto: el abuelo desheredó a papá y lo borró de su vida. Mi padre siempre me dijo que el dinero nunca le había importado, sobre todo porque la nuestra, según él, era una fortuna manchada con la sangre de muchos esclavos con los que se había traficado años atrás. Esclavos… y la acción de la piratería, por más que los corsarios fueran legales y sirvieran a una bandera.
A mi padre no le importó perderlo todo. No eran más que bienes materiales. Sí le importó hacerle daño a él. Lo amaba. Con sus defectos y virtudes, pero lo amaba.
Un amor de hijo, casi tan sublime como el que sintió siempre por mamá.
No éramos ricos, nunca tuvimos mucho de nada, pero tampoco nos faltó comida, al contrario. Unas perlas que papá se trajo de las Indias sirvieron para comprar unas tierras en el condado de Trevor, a unos días a caballo de Port Leyton. Esas tierras nos dieron siempre lo necesario, a nosotros y a las familias que las cultivaban. Éramos felices. Desgraciadamente, después de darme la vida, mi madre no pudo engendrar más hijos y crecí solo.
A veces mi madre me hablaba de su mundo.
A veces lo hacía mi padre del que había sido suyo.
Jamás habló mal de él o del abuelo. “Forma parte del pasado”, decía. “Son otros tiempos”, decía. “En el fondo me quiere, lo sé”, decía.
Decía, decía, decía…
De haber sabido que la maldita parca llegaría antes de hora para azotarnos con su guadaña…
Yo crecí sano, fuerte y libre. Tío Archibald era el único que mantenía un leve contacto con papá. Nos escribía y le contaba cosas, del abuelo, de tía Charity… Nos visitó una vez, pero yo era muy niño y apenas si le recuerdo. Sé que me sentó en su regazo y me habló lleno de simpatía:
—Cuando seas mayor, te comerás el mundo.
Nunca lo olvidé.
Aún no sé, como el tiempo pudo devorar tan rápido aquellos años.
El día que mi padre murió…
Fue un accidente, por supuesto. Ninguna enfermedad hubiera podido con él. Mala suerte y un infortunio terrible. El caballo, la caída, el golpe en la cabeza… Yo tenía dieciséis años. Mi padre acababa de cumplir cincuenta. ¿Cómo supera un hijo un mazazo así?
Fue como si se apagara la luz de las velas que nos iluminaban y llegase el silencio.
Mi madre me dijo aquella noche:
—Hay que avisar a tu abuelo.
Me quedé quieto.
—¿Seguro?
—Sí.
—Pero si él…
—No importa, Jonathan. Es su hijo. Ha de saberlo, y ha de llorarle.
Llorarle.
Extrañas palabras tratándose de sir Patrick Loughton.
Sea como sea, fue así como yo le conocí. A él y a todos los Loughton.
Incluida Eileen.
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El poema de diciembre
LAS HISTORIAS DEL ABUELO
¿Recuerdas, hijo mío,
las historias del abuelo?
Cuando hablaba de aquel tiempo
en el que perder una guerra
no era sino empujar
un camino de esperanza.
¿Recuerdas, hijo mío,
las lágrimas del abuelo?
Explicándote con qué orgullo
la derrota nos hizo fuertes,
y ni el tiempo malgastado
borró todo lo que somos.
¿Recuerdas, hijo mío,
el amor de tu abuelo?
Sentado en sus rodillas,
con los ojos llenos de niebla,
cantando con el corazón lleno
para darte su aliento.
¿Recuerdas, hijo mío,
la esperanza del abuelo?
Mirándote sorprendido,
estremecido desde que naciste,
viendo en ti el futuro
de un país que nunca tuvo prisas.
¿Recuerdas, hijo mío,
la sonrisa del abuelo?
Cuando jugaba tan feliz,
tan o más niño que tú,
olvidando por momentos
a los compañeros perdidos.
¿Recuerdas, hijo mío,
cuánto te quería el abuelo?
Sabiendo que eras todo vida,
sangre de su sangre,
esperando el gran día,
para volver a ser los que fuimos.
¿Y te acuerdas, hijo mío,
de la última palabra del abuelo?
No fue “fuerza”, ni “amor”,
ni te dijo que vivieras.
Te miró y te dijo
que fueras tú, sólo tú.
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El poema de noviembre
PREGUNTAS
¿Cuantas puertas hemos de cruzar
para salir de la oscuridad
¿Cuantas ventanas hemos de abrir
para ver la luz del sol?
¿Cuantos momentos hemos de gastar
para que uno nos de las respuestas?
¿Cuantos amores hemos de quemar
para que uno nos de la paz?
Todos los caminos son largos.
Algunos dan vueltas en círculos.
Otros rompen la vida en línea recta.
Muchos más se pierden.
Pero sin caminos no hay futuro.
Sin soñadores no hay esperanza.
Lo importante es no detenerse
hasta que el tiempo te venza
y te sumerja en el olvido eterno.
¿Cuantas miradas hemos de usar
para ver el mundo como es
¿Cuantas caricias hemos de dar
para que nos devuelvan una a nosotros?
¿Cuantos besos hemos de regalar
para sentir uno en nuestros labios?
¿Cuanto amor hemos de perder
para alcanzar uno que nos libere?
Mírame a los ojos y sonríe
cuando me digas que me amas.
Toca mi cuerpo y gime
cuando te llegue el gran éxtasis.
Estamos hechos de ilusiones
que los días se encargan de soñar.
Todo amor es una sorpresa irreal
vestida de luces i hecha de guerras
tan desnuda como un alma pura.
¿Cuantas mentiras que son verdades
necesitamos para entendernos
¿Cuantas verdades que son mentira
necesitamos para reaccionar?
¿Cuantos misterios por descubrir
nos debe la vida antes de morir?
¿Cuantas vidas hemos de vivir
para encontrarle sentido a una?
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Septiembre
Capítulo 1 de “Metaverso”, publicado por Loqueleo en Septiembre de 2023
Entró tan violenta y atropelladamente, que la mujer se lo quedó mirando por encima de las gafas, un poco asustada, con los ojos fijos en él y la cabeza baja. Acababa de sobresaltarla y el tono ocular era réprobo, severo. No había nadie más en la sala. Ningún paciente esperaba. Estaban solos, los dos. Solos bajo el silencio. Ella sentada detrás de la mesa, de cara a la puerta, y él todavía agitado, respirando de manera entrecortada.
Sudaba.
Un sudor desagradable que formaba decenas de minúsculas gotitas perlándole el rostro.
Se acercó a la mesa.
Vaciló
—¿El doctor?
Un psiquiatra era un doctor, ¿no?
La mujer se tomó su tiempo. Siguió escudriñándole, valorando cada detalle, la ropa, las manos, el temblor de la mandíbula…
—¿Tiene hora?
—No, no.
—Entonces…
—He visto el nombre abajo, en la entrada. Por favor…
—El señor Janos tiene una visita —dijo ella.
No lo llamó doctor. Tampoco empleó la palabra “paciente”, sino visita. A él le dio igual.
—Es… urgente —trató de parecer lo más convincente posible.
—Puedo darle cita para…
—No, ha de ser ahora —la interrumpió.
La mujer se envaró un poco. Se la notaba más y más molesta, pero también precavida. A la consulta de un psiquiatra debían acudir personas con variados problemas y variadas sintomatologías. Mejor no precipitarse.
Después de todo, no era más que la recepcionista.
Quizá una secretaria.
—¿Cómo se llama?
—Ian.
—¿Solo Ian?
—Sí, solo Ian.
Comprobó la hora en su relojito de pulsera, más y más molesta. Ni siquiera lo disimuló. Debió evaluar algo mentalmente. Luego pareció resignarse.
—Puede que el señor Janos tarde un poco.
—Esperaré —dijo él.
—Si quiere regresar en unos treinta minutos…
Fue como si le mentara un cataclismo, el apocalipsis. Volvió la cabeza en dirección a la puerta y se estremeció. Luego tragó saliva de manera tan aparatosa, que el ruido, cavernoso, se hizo audible a su alrededor. Los ojos expresaron mucho más que miedo.
Zozobra, angustia, desconcierto.
—Esperaré… aquí —se enfrentó de nuevo a ella.
Estaba acorralada. Sostuvo por última vez aquella mirada mitad enloquecida mitad perdida y señaló las sillas ubicadas a ambos lados de la puerta y de su mesa.
—De acuerdo, si quiere sentarse…
Ian no le dio tiempo a terminar la frase. Retrocedió, ocupó una de las sillas de la izquierda y casi dio la impresión de que se aferraba a ella para no caer, como si quisiera comprobar que se trataba de algo sólido.
Sólido y real.
Luego hundió los ojos en el suelo y se quedó quieto.
Quieto entre la puerta, y lo que hubiera al otro lado, y la mujer, que volvió a ocuparse en lo que estuviera haciendo cuando él entró.
No hubo más.
Salvo que, en los minutos siguientes, el silencio fue casi un grito.
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El poema de verano
SENSACIONES
La Marea Azul te habla de la Muerte
Mientras el Viento del Desafío te envuelve
Cantos de Cigarras plañideras y locas
En el Horizonte descarga la Tormenta
Te sacudes con Látigos Escarlatas
Y ves pasar la Tiniebla Roja de la tarde
Aquí un Misterio, allá una Melancolía
Escupes Sangre descubriendo su Color
El Holocausto de la Luz que te estremece
Cuando el Aura se rompe cristalina
Llueve sobre tu aliento y te quemas
Hielos púrpuras brotan en el Valle
Escondiendo carnes que gimen sucias
El Espectro lleva tu propio rostro perdido
Su hacha tiene una sola hoja sin filo
Al naufragar el Viento cae la plegaria
Allá donde los Rumbos nacen vive el Amor
Dan vueltas como Borrachos Viejos
Suplican una Vida lenta de Muerte rápida
Y la Marea Azul acaba por envolverte
Quitándote las últimas Sensaciones
Enfrentándote a la Negra Sombra Final
No sientes nada porque estás muerto
Realmente ahora empieza todo de verdad
Todo, ¿comprendes? Sensación de Sensaciones
Así que será mejor que te calles y estés quieto
Tómatelo con calma, pobre estúpido
Tómatelo con calma, con mucha calma
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Marzo
Capítulo 5 de “La hermana equivocada”, publicado por Ediciones SM en marzo de 2023
Eran dos folios escritos a mano. No a máquina. A mano.
La letra era apretada, clara, limpia.
Tuvo que empezar tres veces, porque a la primera se atropelló y a la segunda le costó entender las palabras.
Finalmente…
Edimburgo, 12 de junio de 1991
Querida Ana:
Soy yo. ¿Sorpresa? Quizá si, quizá no. ¿Cómo saberlo? A lo peor has de hacer memoria y tratar de acordarte de mí. A lo mejor esperabas esta carta con ansiedad. La misma ansiedad con la que la escribo yo ahora. No ha pasado ni un año, y sin embargo… parece haber transcurrido una eternidad, ¿cierto?
Ana, lo primero: no te he olvidado.
Más aún: he pensado en ti todos los días de estos meses. Todos. Sin faltar uno. Si no te he escrito antes es porque decidimos esperar, y lo he cumplido a pesar de que muchas noches me quemaban los dedos de ganas de decirte algo. O incluso llamarte por teléfono. Si no lo hice fue para respetar lo que hablamos, pero te juro que ha sido lo más duro de toda mi vida.
Ana, lo que sucedió el verano pasado fue maravilloso, único, especial. Me faltan adjetivos para describirlo. Sé que nos pilló de improviso. Sé que a los dos nos desconcertó la fuerza y la pasión de lo que sentimos. No sé si estábamos preparados para el amor. En realidad no sé si nadie lo está. Pero cuando llega… es una apisonadora. ¿Recuerdas que ni podíamos respirar? Nos abrazábamos y nos quedábamos así, como si quisiéramos fundirnos el uno con el otro. No creo que haya existido un amor más puro que el nuestro.
Después, fue tarde para parar.
Yo tenía que irme a estudiar a Edimburgo.
Decidimos no escribirnos, darnos un año, acabar el curso sin saber nada el uno del otro. Y eso está a punto de suceder, porque te supongo de exámenes lo mismo que yo. Por esta razón ya no he podido más.
¿Qué puede haber sucedido en estos meses? Ojalá que sea muy poco. Por mi parte, nada, te lo juro. No podría haber mirado a otra chica. Por la tuya… quizá haya otro. ¿Por qué no? Es posible. Pero me da que no, que tú no eres así. Creo firmemente en lo que me dijiste el último día. Recuerdo tus ojos, la forma en que temblaba tu voz, aquella caricia final que todavía llevo impresa en mi piel. Creo que no me lavé la mejilla en días.
La semana próxima termino de estudiar aquí, así que es inútil que me escribas porque tu carta ya no me llegaría. Cuando acabe, me iré a Nueva York unos días con mi padre. Cumplido el requisito, volaré ya a Barcelona para quedarme con mi madre y pasar el verano con ella. De momento no hemos hecho planes, no sé si querrá ir a la casa de la playa de inmediato, aunque imagino que sí. De todas formas eso es lo de menos. Lo más importante ahora es el reencuentro.
Es decir, sí tú lo quieres.
Voy a contar los días que me faltan para llegar a Barcelona. Será sobre el dos o el tres de julio. Lo que te pido es muy sencillo. Tienes el teléfono de mi casa. Yo ya he dado el primer paso con esta carta. Te quiero. Así de fácil. Ahora te toca a ti. Cuando llegue no voy a telefonearte. Piénsate bien si quieres verme, si quieres seguir donde lo dejamos aparcado, si sientes lo mismo que yo. Si crees o sabes ya que sí, entonces llámame. Será suficiente. Llámame y ese mismo día volveremos a estar juntos, quizá para empezar de nuevo, todo es posible, ¿pero cuántas personas tendrán la suerte en la vida de repetir la historia más maravillosa de sus existencias?
Ojalá esto no sea únicamente un sueño, Ana. Ojalá sea la realidad en la que vamos a seguir viviendo juntos.
Con todo mi amor.
Isidro.
No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que la primera lágrima resbaló por sus mejillas.
Tuvo que apartar rápido la carta, para no mancharla con ella.
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El poema de enero
PRIMER POEMA DESPUÉS DE UNA MUERTE
Soy un hombre herido de muerte,
pero no muerto.
Soy un hombre con cicatrices abiertas,
que se cierran despacio.
Soy un hombre en un agujero negro,
que busca un nuevo espacio.
No me déis por enterrado.
Solo estoy dormido.
Encontraré nuevas tintas
en las que mojar mi pluma.
Y llegarán nuevos libros.
Escribiré más historias.
Mi sangre hierve en la derrota
de este corazón marchito.
Pero mis pies se niegan
a detenerse en esta vereda.
¿Cuántas veces he caído?
Tantas como me he levantado.
Que esta no sea la última.
Solo una más en el camino,
aunque sea la más dura.
Soy un hombre atormentado
por la soledad del destino.
Soy un hombre camino del fin,
que espera llegue tarde.
Soy un hombre que sabe qué es,
y en ello están las respuestas.
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El poema de noviembre
DORMIDO SOBRE LOS ESPEJOS
Hoy, dormido sobre los espejos,
he soñado que abrazaba tu cuerpo
y le hacia el amor a tu alma.
Hoy, acariciado por el reflejo de tu ser,
he recordado todas las noches de mi vida
en las que fuiste mía y te diste a mi.
Hoy, callado y silencioso sobre la luz,
te he dicho que te quiero en soledad,
deseando despertar al otro lado.
Hoy, dormido sobre los espejos
quería que ellos fueran nuestra cama,
mecido por el reflejo de mis sueños.
Hoy, susurrando tu nombre en un rezo,
he sentido todo el dolor de tu ausencia,
perdido de nubes y esperanzas marchitas.
Hoy, al despertar de este pasado,
he visto mi sombra transparente
caminando descalza hacia la muerte.
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Octubre
Capítulo 1 de “Teoría del azar cósmico para principiantes”, publicado por Algar en Octubre de 2022
Todo empezó el día que me dijeron que yo era un puto genio.
¡Hostias!
¿A quién no le marca la vida algo así?
(Un momento, un momento.)
(No voy a empezar un libro con dos tacos en las dos primeras líneas.)
(No es que no quiera, es que no puedo. Bueno, vale, poder sí puedo. Lo que pasa es que… En fin, que si un escritor profesional tiene problemas con la censura y la chorrada de lo “políticamente correcto”, imaginaos yo, que estoy empezando.)
(Luego el editor se queja, hay que pelearse con él, y si lo leen en algún cole… si es que llega, se arma la de Dios es Cristo. Ningún profe se atreve a ponerlo como lectura. Si se atreve, seguro que algún padre pide su cabeza a los dos días (por si su pobre niño o niña sufre un shock). La gente tiene la piel muy fina, ¡oh, sí! Antes los chicos y las chicas querían leer los libros prohibidos. Ahora, según parece en Estados Unidos son los propios estudiantes los que repudian según qué libros porque “sacuden sus emociones”, “les afectan psicológicamente” y qué sé yo cuántas chorradas más. Lo dicho, hoy en día todo el mundo tiene la piel muy fina. ¿Te molesta lo que lees? ¡Pues deja de leer gilip… perdón, burro! ¿Te deja mal el cuerpo un taco o una escena gráfica de sexo? ¡Pues cierra el libro! A ver, tontolculo, ¿por qué lees algo que sabes que te va a alterar la psique? ¿Lo haces para luego fastidiar a los que les gusta, tratando así de imponer tu criterio? ¡Señor, Señor, dame paciencia! ¡Pero si hasta se ha intentado prohibir “Matar a un ruiseñor” en las Américas! En lugar de ir para adelante vamos para atrás. ¡Hoy en día “Lolita” no existiría! Y enteraos: que no es una novela guarra, es un estudio psicológico de primera de las relaciones humanas.)
(Creo que me estoy enrollando demasiado a las primeras de cambio.)
(Sí, he empezado como una moto.)
(Pero es que igual que no se puede hacer hablar en una novela a un profesor de filosofía soltando tacos como un barriobajero, tampoco se puede hacer hablar a un barriobajero como un profesor de filosofía, digo yo, ¿estamos?)
(Así que, a ver, comencemos de nuevo:)
Todo empezó el día que me dijeron que yo era una especie de genio.
¡Alucinante!
¿A quién no le marca la vida algo así?
(¿Mejor?)
(¿Sí?)
(Vale.)
Me hicieron un test para saber mi coeficiente intelectual y yo, que siempre había tenido fama de tal y cual, de pronto me convertí en un monstruo.
Intelecto superior.
Capacidades cognitivas (¿y qué será eso?) máximas.
Cabezón del copón.
Eso me abrió la puerta del futuro.
Vi la luz.
Lo malo es que también la vieron mis padres, y para ellos fue como un destello celestial.
¡Su hijo (YO) era un genio!
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El poema de septiembre
POEIDEAS, FRASES Y VOCES DEL NUEVO MILENIO
La libertad es una grieta en la puerta del miedo
Hay 97 formas de decir “te quiero”, y todas valen
Mi cabello es fuerte, áspero, hirsuto. Corona mi cabeza
Mis pies tienen diez dedos. Todos van en la misma dirección
Que no te clonen, dilo, grítalo. Que no te clonen
Soy tu abeja y hago miel, quiero entrar en tu panal
Mi casa está donde pongo los zapatos, pero voy descalzo
Aquí todos lloramos mientras ángeles y demonios bailan
Cada mujer es tantas mujeres que cuesta encontrar la tuya
Tengo razón, la tengo siempre, y estoy equivocado
Las flores no te atacan si tu no las arrancas. Muerde la espina
Todos los idiotas se enamoran, así que muérete, listo
Si tu amor se aburre llévalo a ver la Luna Llena
La libertad siempre encuentra la forma de pasar el rato
Estás mojada, te siento mojada, mi mente está seca
Avísame cuando la vida empiece, quiero despertar
Nueve, siete, cinco, abril, mayo, enero, ¿por qué?
Hay días eternos que no necesitan un número
¿Es esto el circo de la vida? Hola, soy el payaso
Mezcla los colores y bébete el vaso. Mira tu mierda
Escúpele al cielo y apártate con un paso rápido
Ahora sé mucho más que cuando era viejo
El tiempo dibuja tu cara, a golpes de escarpa y martillo
La vida dibuja tu alma, bañándola cada día con ácido
Quiero entrar en ti, pero no quiero llamar a tu puerta
Desnúdate, quítatelo todo, pero déjate el corazón
Droga de invierno, mono de primavera, muerte de verano
Y en los otoños el recuerdo de tantos olvidados
Ella es caliente de día y fría de noche. Contracorriente
Cuando el dolor llega demasiado pronto ya es demasiado tarde
Mira mi sexo, frágil funámbulo siempre en la cuerda floja
¿Por qué deberías olvidarme si un día me amaste?
Dime que me quieres y te diré quien eres
Llevas una vida buscándome, y siempre he estado en ti
Estás arriba, estás abajo, estás en medio. Ninguna parte
Te haré sentir todos los placeres, pero no puedo hacerte pensar
Sé fuerte, sé fuerte, sé fuerte, pero después cede y rómpete
Nunca he estado aquí antes, por eso no sé qué hacer
Repite una mentira tres veces hasta que sea verdad
Una verdad crece con el tiempo hasta convertirse en una mentira
No puedo ver el color de tu ira si no te abres de piernas, corazón
¿Qué hora es? ¿Qué hora es? ¿Ya ha llegado el momento?
Ve a la cara oculta de la luna y grita “Un, dos, tres”
Fui a comprar futuro al súper. Me dijeron que estaba en “congelados”
Me siento tan solo que si tuviera lágrimas lloraría
La vida me debe algo, ¡oh, sí!, pero he perdido el resguardo
Todos los idiotas saben que nunca se gana. Y siguen jugando
“Adiós, tengo un empleo mejor”. Era mi ángel de la guarda
Lee la letra pequeña. La vida es un contrato muy largo
Eh, eh, camino por el filo de la navaja y no me hace daño
Planté un árbol y dije “He triunfado”. ¿Lo sabía ese rayo?
He bajado del tiovivo. Sólo daba vueltas en círculos
No escribas canciones de amor si no estás enamorado
¿Te imaginas a ti y a mi juntos y felices? ¡Oh, Hollywood, fílmalo!
Soy un perdedor, lo soy. He ganado el primer premio
Soy un ganador, lo soy. He perdido los miedos mientras vivía
Te apuesto a que soy más infeliz que tu, ¿doble o nada?
Tener mala suerte es mucho mejor que no tener nada de suerte
Le asomaba el dolor por la garganta, y se lo tragó despacio
Tu esqueleto es una gran arpa sin cuerdas
Traía unos pocos sueños para comer, pero olvidamos el pan
Hay un camino hacia el amor. ¿Por qué no han hecho un puente?
Adiós, mamá, me voy. Volveré si no encuentro una entrada
Eh, tú, el del espejo, ¿puede saberse que miras?
A los “mañanas” les falta publicidad, ¿o sabes como es uno?
Mañana, mañana, mañana, siempre esperando y luego nada
Hay un mañana tramposo después de cada mañana inútil
Océanos que buscan sus orillas van a la deriva
Si hoy llueve, ¿cuantas posibilidades hay de que mañana luzca el sol?
El viento me trae los nombres del pasado. La muerte su rostro
Abre la ventana. No, esa no, la que da a la vida
No pongas fotos en mi tumba, pero mantenla limpia
No te quiero, no te quiero, pero puedes persuadirme
Llaman a tu puerta, sal brazos en alto o disparando
Cariño, ¿por qué Dios hizo una golfa a tu hermana y no a ti?
Uno de los dos se irá primero. Avísame si soy yo
El pájaro de la jaula pide libertad. Tú le das almizcle. Idiomas
“No pidas más”, dice el Tiempo, “¿O esperas llevártelo?”
No puedes complacer a todos. Basta que te complazcas tu
Pasó una mariposa y me gritó: “Demasiado tarde”
Joder, ya estoy de vuelta y esto se ha terminado
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El poema de abril
SI LOS PÁJAROS NO SON LIBRES
(A Dylan)
Si los pájaros no son libres de las cadenas del cielo
¿Qué pretendemos nosotros en esta cárcel de piedra?
Si las nubes no escapan de su horizonte de hielo
¿Cómo queremos volar sin alas y lejos de la tierra?
No hay límites para las quimeras de una ilusión
No existen fronteras más allá de una razón
Sólo es una idea hermosa
Pero apuesto a que es fabulosa
Si los pájaros no son libres de las cadenas del viento
Nosotros somos prisioneros de los infinitos caminos
Si la lluvia te ciega no te digas a ti mismo “lo siento”
Déjate llevar por el misterio de todos tus destinos
No hay barreras para la fuerza de una sonrisa
No nos detendrán las voces ni la furia de su prisa
Sólo a mí me pertenece
Pero sé que es más de lo que parece
Si los pájaros no son libres de las cadenas de su libertad
Tú y yo estamos condenados a vivir atrapados aquí
Prisioneros de la vida, el amor, la pasión y la edad
Porque todas las respuestas que busco están en ti
No hay distancias para el empuje de una sensación
No hay miedo para lo que te grita el corazón
Sólo es un pensamiento
pero esto es lo que siento
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Marzo
CAPÍTULO 1 DE “LAS ÚLTIMAS 30 PÁGINAS”, NOVELA PUBLICADA POR LOQUELEO, EN MARZO DE 2022
Teoría de la Comunicación era su asignatura hueso. Y la proximidad de un examen, lo peor de lo peor. Hacía tiempo, desde que había terminado el bachillerato, que sabía que pasar una noche en vela estudiando no servía más que para desestabilizar el cuerpo y embotar la mente. Tomar cafés, lo mismo. Y ya no digamos pastillas. Por ahí sí que no pasaba. Algunas compañeras y compañeros se ponían de todo. Ella no. Era tozuda. la misma tozudez que la convertía en una rara avis en todas partes.
Se pasó una mano por los ojos.
Más que sueño, era cansancio.
Lo peor de todo, como agravante, era la necesidad de sacar nota, para demostrar algo.
Demostrar algo.
¿Cuándo aprendería que solo tenía que demostrarse las cosas a sí misma, que los
demás, padres incluidos, no eran más que una nebulosa que fluctuaba a su alrededor? Se trataba de su vida, y la vivía ella.
—¡Mierda…!
Vuelta a concentrarse, o a intentarlo.
No tenía la mente en el libro ni en los apuntes. La tenía en todas partes menos allí. Por un momento deseó teletransportarse, al estilo de Star Trek, y abrir los ojos en una playa de arenas blancas y aguas azules. Ella, en bikini o desnuda, sola, con un mar de palmeras de fondo.
Bueno, algún día.
El peaje venía antes: la carrera.
Y sacarse asignaturas hueso como la Teoría de la Comunicación, la peor del primer curso.
Cuando fuera periodista…
El zumbido del móvil la sobresaltó inesperadamente. Había tanto silencio, que la música sonó como un disparo en la habitación, poblándola de ecos dispersos. Lo miró casi con rencor antes de mover la mano para cogerlo. Faltaban minutos para la una de la madrugada. ¿Quién demonios la llamaba a la una de la madrugada un día normal y con exámenes encima?
¿Paula?
No. No era Paula. Era Patricia, su compañera en el Taller de Escritura.
Prefirió no activar el manos libres. Abrió la línea y se llevó el móvil al oído. Con voz apenas audible pronunció un lacónico:
—¿Sí?
Al otro lado, primero, el silencio, breve. Después, como si Patricia tomara carrerilla, el triste murmullo de su tono mortecino.
—Lorena, siento llamarte a estas horas pero… —hizo una pausa tensa—. Pero bueno, he pensado que querrías saberlo cuanto antes. No sé, perdona.
—¿Saber qué?
¿Había una guerra mundial inesperada, un terremoto acababa de hundir la facultad y ya no tendrían exámenes…? Nadie llamaba a la una de la madrugada para dar buenas noticias.
—Es Valentina —dijo Patricia.
Lorena tragó saliva.
Era inesperado, pero lo supo aun antes de que Patricia lo dijera.
Cerró los ojos.
Y las siguientes palabras sonaron como martillazos en la cabeza. O como disparos, secos, brutales, dirigidos a lo más profundo del alma.
—Acaban de decir por radio que ha muerto, Lorena. Esta tarde —y como si no quedara claro, se lo repitió—: Valentina ya no está, ¿puedes creerlo?
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El poema de febrero
EL COLOR DE LAS PALABRAS
Las palabras son pájaros de colores.
Si son dichas, vuelan,
dejando rastros en el aire.
Si están escritas, brillan,
como luciérnagas en la noche.
Si son pensamientos, duelen,
prisioneras de la mente.
Si se callan, matan,
como venenos que queman.
Si se gritan, estremecen,
como puñales sin destino.
Si se murmuran, encienden,
los deseos de la carne.
¿Cómo son mis palabras, amor?
¿Acarician como plumas
o te lastiman como el hierro?
¿Cómo son mis palabras
cuando amo y son susurros,
cuando te siento y son poder,
cuando te miro en el silencio?
Las palabras son pájaros de colores.
Abre la ventana del corazón,
y haz que sean libres.
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El poema de enero
FUEGO
Padre, las flores están ardiendo
Algo les sucede a los campos de la vid
Puedo escuchar su rugido gimiendo
Agonizan llamando a muerte compartida
Son la sentencia de un adiós dolorido
Que viene para llevársenos a todos
Me enseñaste a no caer en el olvido
Tiemblo por el amor que barrerán los lodos
Padre, el cielo se está abrasando
Sobre nuestras cabezas las hordas rugen
Mientras las nubes se funden llorando
Bajo la roja carga los vientos crujen
Es el mismo sol quien teme y se agota
Nos quema los segundos en su violencia
La furia quiebra esta tierra rota
Y ya no hay espada que pida clemencia
Padre, mi cuerpo se está quemando
No me hace daño, sólo es amargura
Es mi origen que se va olvidando
Con el silencio final de tanta locura
Cada mañana que ya no veré
Mata los ayeres que aún me duelen
Cada futuro que hoy perderé
Se burla de tantos sueños que me hieren
Padre, el universo está en llamas
Ya no habrá más luces ni primaveras
La mano oscura barrerá nuestras camas
Segando de fríos aquellas quimeras
Ni flores ni cielos, ni vida ni muerte
Si pudieras decirme que todo es mentira
Esperaría del destino una mejor suerte
Hasta que volvieran las paces ausentes de ira
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CAPÍTULO 2 DE “LA CHICA ELASTICA QUE PODÍA SALTAR (UN POCO LEJOS)”, NOVELA PUBLICADA POR ALGAR, EN NOVIEMBRE DE 2021
Hay laboratorios llenos de cosas de cristal. Hacen química. Hay laboratorios llenos de aparatos. Hacen física. Los hay solo con ordenadores. No tengo ni idea de lo que hacen porque no me entero. El laboratorio 9 es de los de física. Aparatos y más aparatos, cosas que echan chispas y tal. Yo, de verdad, lo juro por mi madre, voy con un cuidado… Vamos, que más que quitar el polvo lo soplo, no sea que la líe.
No había nadie, entré y dejé la puerta abierta, por si acaso. Eso ya lo tenía claro. Los científicos me decían siempre:
—Laurita, ten siempre una vía de escape.
Y yo les hacía caso.
Por cierto, ¿había dicho que me llamo Laura? No, ¿verdad? Pues sí: Laura Moreno Crespo, para serviles. Los del laboratorio me llamaban Laurita por ser joven y todo ese rollo. Cuando las personas serias se ponen en plan condescendiente… Da una rabia. Les pisarías.
Así que, allí, “Laurita por aquí”, “Laurita por allá”.
El único tipo majo era uno que se llamaba Roberto. Científico, sí, pero diferente. De entrada porque era joven, veintipocos. A continuación porque cuando me veía se quedaba con la boca abierta, ya veis, como si fuera qué sé yo. Y de salida porque si tenía que hablarme, se ponía rojo. Y los primeros días hasta tartamudeaba. Si no fuera porque él era científico o yo la chica de la limpieza, en ese momento hasta hubiera pensado que yo le gustaba. Y él a mí… bueno, era mono, tan dulce y tierno. Por si acaso pregunté y me dijeron que era un gustavito, un cerebrito de esos que se pasaba la vida entre números, fórmulas, experimentos y cosas así. Comprendí que nunca había visto ni estado con una chica, el pobre.
Bueno, yo tampoco había tenido novio.
Y no por falta de ganas, que va: falta de oportunidades. A mí por ejemplo un novio me habría venido bien. Si, vale, la libertad, la independencia y todo eso, que feminista soy, pero ¿qué queréis que os diga?, unas caricias por aquí, unos besitos por allá…
Si os contara…
¡Pero como me enrollo, hay que ver!
Estábamos en el laboratorio 9. Yo acababa de entrar, no había nadie, iba a limpiar…
No vi que en el suelo había una pasta pringosa, que son todos unos guarros y se les cae algo y, ¿qué, se agachan para quitarlo? ¡Ah, no, que lo haga Laurita, que para eso está! Pues mira tú por donde la pasta pringosa era de un resbaladizo que pa qué.
Y yo, escopeteada como siempre…
Voy, la piso y…
¡Zas!
¡Dios, que santa leche (con perdón)!
A ver, ¿qué iba a hacer? ¡Pues sujetarme donde pudiera!
Primero me vi flotando en el aire, en plan patas para arriba y cabeza para abajo. A continuación, antes de que mi trasero impactara contra el suelo, alargué los brazos lo más que pude para tratar de cogerme a donde fuera. Y para terminar, mientras aterrizaba toda yo a lo largo y ancho, noté que mi meno presionaba algo.
Algo.
¿Habéis visto que en las películas hay siempre un botón rojo que es el más peligroso, el que dispara los misiles, el que lanza la bomba, el que autodestruye la nave y cosas así, y que encima está ahí en medio, para que cualquiera estornude y se apoye en él? ¿Lo habéis visto? ¿A que sí?
Pues en el laboratorio 9 de Laboratorios Nucleares S.A. había un maldito botón rojo.
¿Y quién lo presionó a lo bestia?
Lo habéis acertado.
Yo.
La Laurita.
¡Hay que ver lo que da de sí un botón rojo!
De buenas a primeras, todo se iluminó con una luz blanca cegadora. De buenas a segundas, la puerta se cerró con estrépito porque el sistema de seguridad se activó de inmediato. Y de buenas a terceras, sonó la clásica voz, animosa ella:
¡PELIGRO! ¡ATENCIÓN: SISTEMAS ACTIVADOS SIN PROTOCOLO DE SEGURIDAD! ¡PELIGRO! ¡ALERTA MÁXIMA! ¡REACCIÓN POSITRÓNICA EN FASE PROGRESIVA! ¡PE-LI-GRO!
No, si ya me había enterado, que no soy sorda.
Además de la voz, una sirenita.
Y no la de la peli, qué va. Una de esas que hacen:
¡UUUUUH… UUUUUH… UUUUUUUUUH…!
Me levanté como pude del suelo, porque después del costalazo me dolía todo. Lo primero que vi, fueron las lucecitas de alarma. Todo el laboratorio parecía un álbum de Navidad lleno de bombillitas de colores pero sin árbol. Lo segundo que vi fueron las caras de los del otro lado del cristal de seguridad, que iban llegan espantados. Lo tercero que vi… bueno, ya no estoy muy segura porque me hice pis encima.
¡Qué vergüenza!
Fui a la puerta. Cerrada. ¿Podía abrirse desde el interior? No. ¿Y desde el exterior? Sí, pero no iban a estar tan locos de abrirla antes de que se produjera lo que iba a producirse.
Creo que lo llaman reacción en cadena.
¡Para cadenas estaba yo!
—¡Sáquenme de aquí! —les grité.
Todos pálidos. Todos quietos. Todos viéndome ya difunta.
Como que hasta se ponían unas gafas de sol de estas gordas para resistir y ver explosiones atómicas, aunque allí dentro lo de atómico…
¡Los muy…!
La sinfonía de luces de mi alrededor iba en aumento.
La voz de alarma, alegría de la huerta ella, seguía repitiendo lo de “peligro”, “alerta máxima”, “reacción positrónica en fase progresiva” y todo ese rollo.
Entonces empezaron a saltar chispas.
¡Flis! ¡Flas! ¡Flus!
Un 4 de julio a la americana en un laboratorio hispano.
Me sentí como un maldito pararrayos.
En un momento dado, todas las chispas confluyeron en mi.
Me convertí en una especie de receptor-emisor. Toda yo brillaba. Sentí un cosquilleo que me iba de la punta de los pies a la punta de los pelos, porque, desde luego, se me pusieron los pelos de punta. En la cabeza, además del miedo, más cosquillas. En el estómago, además de los retortijones, más cosquillas. Me hubiera echado a reír de no ser porque sabía que estaba frita, pero frita, frita, frita. Iba a morir.
Y todos aquellos y aquellas de la bata blanca, mirándome desde el otro lado de los cristales.
Rata de laboratorio: yo.
¡Me dio una rabia!
Finalmente llegó la gran explosión.
Ahí sí que ya no vi nada. Todo se hizo blanco. Y tampoco me enteré de nada, porque no sólo me envolvió la blancura sino que yo me fundí con ella.
Adiós.
Lo último que recuerdo fue que mi cuerpo estallaba como una súper nova maravillosa.
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El poema de noviembre
SOLEDAD
De la soledad,
del triste paso de sus horas,
lo sé todo.
De la soledad,
del profundo lamento de su grito,
conozco su fuerza.
De la soledad,
del amargo sabor de su vino,
estoy ebrio.
¿Dónde está la mano que me salve?
¿No hay Arco Iris en mi cielo?
¿Por qué la luna se oculta?
De la soledad,
de su destino siempre incierto,
me abismo en la duda
De la soledad,
de cada silencio que me envuelve,
me estallan las manos.
De la soledad,
de todos sus secretos amargos,
mastico la ira.
¿Quién me levantará de esta cama?
¿Quién me acunará en sus brazos?
¿Quien me dará el gran beso?
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El poema de octubre
LAS TEJEDORAS
© Jordi Sierra i Fabra (poema inspirado por la ilustración de © Ignasi Blanch)
Había tres mujeres tejiendo.
La primera mujer tejía sueños.
La segunda mujer tejía esperanzas.
La tercera mujer tejía amor.
Había tres mujeres tejiendo.
Y las tres se llamaban Paz.
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El poema de septiembre
PALABRAS
© Jordi Sierra i Fabra (poema inspirado por la ilustración de © Ignasi Blanch)
Las palabras son pájaros de colores.
Si son dichas, vuelan,
dejando rastros en el aire.
Si están escritas, brillan,
como luciernagas en la noche.
Si son pensamientos, duelen,
prisioneras de la mente.
Si se callan, matan,
como venenos que queman.
Si se gritan, estremecen,
como puñales sin destino.
Si se murmuran, encienden,
los deseos de la carne.
¿Cómo son mis palabras, amor?
¿Acarician como plumas
o te lastiman como el hierro?
¿Cómo son mis palabras
cuando amo y son susurros,
cuando te siento y son poder,
cuando te miro en el silencio?
Las palabras son pájaros de colores.
Abre la ventana del corazón,
y haz que sean libres.
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
El poema de agosto
EL HOMBRE ATADO
© Jordi Sierra i Fabra (poema inspirado por la ilustración de © Ignasi Blanch)
Hay un hombre atado
que mira una flor.
Un hombre sin manos,
un hombre callado,
un hombre cansado.
Hay un hombre atado,
que espera a la flor.
Cuando crezca,
cuando le alcance,
cuando le llegue su aroma.
Entonces el hombre
volverá a volar,
a existir en nombre del amor.
¿Quien tiene unas tijeras,
para cortar antes la cuerda?
¿Quien romperá los nudos,
y le liberará?
¿Por qué hay cuerdas
y flores salvajes?
Hay un hombre atado
enamorado de una flor.
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El poema de julio
EL HOMBRE QUE ESPERA
© Jordi Sierra i Fabra (poema inspirado por la ilustración de © Ignasi Blanch)
Hay un hombre que espera
en una calle vacía
de una vacía ciudad.
No ríe, no habla, no mira.
Sólo siente
No espera el tranvía,
ni un metro ni el taxi.
Cae la noche y sigue ahí,
quieto bajo la escarcha.
El hombre que espera sueña,
al borde de su tristeza.
De pie es como un árbol
con las hojas caídas
y las ramas vencidas.
El hombre cierra los ojos,
y sueña en colores
bajo la oscuridad nocturna.
Los colores del amor,
que la distancia no borra.
Ese hombre, tan solo.
Ese grito, tan silencioso.
Lleva caricias impresas
en los caminos de su piel.
Besos que un día recibió
de la boca de su amada.
Recuerdos en el alma
que le mantienen con vida.
Pero hoy, esta noche,
sigue y sigue esperando.
Si sale el sol volverá.
Si siente su calor, amará.
Si llega el día, vivirá.
La noche no es eterna.
Ni la espera tampoco.
Mañana habrá un quizá.
Pasado una esperanza.
Después un tal vez.
Pero esta, esta noche,
es un hombre que espera,
en una calle vacía,
de una vacía ciudad.
XXXXXXXXXXXXXXXXXXX
El poema de mayo
EL ESCRITOR
© Jordi Sierra i Fabra (poema inspirado por la ilustración de © Ignasi Blanch)
Soy un tejedor de sueños.
Soy un tejedor de luces.
Mis manos enhebran historias.
Mi mente las siente propias.
Soy un hombre atado a la vida.
Soy un hombre que aguarda.
Mi corazón salta de júbilo.
Mi esperanza es una fuente.
Soy un creador de sombras.
Soy un hacedor de fantasías.
Mi futuro se ha hecho corto.
Mi pasado se ha hecho rico.
Soy un pintor de emociones.
Soy un cantante sin música.
Mi amor me alienta.
Mi destino es inmortal.
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El poema de abril
TODO LO QUE ME QUEDA
Sólo me queda gritar.
Todo lo que pueda cantar,
ya lo cantó Dylan.
Todo lo que pueda decir,
ya lo dijo Dylan.
Sólo me queda gritar.
¿Piensas en mí al ver la luna llena?
Todos los caminos conducen al cielo.
Quizás porque este mundo es un infierno.
Eh, hombre de la pandereta,
toca una canción para mí,
y deja que la oiga con mi corazón.
Sólo me queda soñar.
Todo lo que puedo amar,
ya lo amó Dylan.
Todo lo que pueda pensar,
ya lo pensó Dylan.
Sólo me queda soñar.
¿Echas de menos mi sexo en la noche?
Déjame que te acaricie el alma,
y te cubra de sonrisas la piel.
Eh, hombre de la pandereta,
toca una canción para mí.
La llevaré conmigo hasta el fin.
Sólo me queda recordar.
Todo lo que pude ser,
ya lo fue antes Dylan.
Todo lo que quiero vivir,
ya lo vivió antes Dylan.
Sólo me queda recordar.
¿Alguien ha vuelto a hacerte sonreír?
Todos los holas del mundo,
acaban con un adiós.
Eh, hombre de la pandereta,
toca una canción para mí,
y la cantaré toda la eternidad.
Sólo me queda gritar.
Sólo me queda soñar.
Sólo me queda recordar.
Sólo me queda todo…
XXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXXX
CAPÍTULO 1 DE “COMO LÁGRIMAS EN LA LLUVIA”, NOVELA PUBLICADA POR SIRUELA, CRUÏLLA, GALAXIA Y ELKAR, EN MARZO DE 2021
La tumba volvía a estar llena.
Casi parecía mentira.
Flores, botellas de todo tipo, pero preferentemente de cerveza, a medio consumir, fotografías, pulseras y collares hechos a mano, juguetes como osos de peluche o pequeñas naves espaciales de Star Treky Stars Wars, pósters, un par de cómics…
Cada semana era lo mismo, y cada semana Grace alucinaba.
No tanto por el fanatismo o la devoción de los fans, sino por la clase de objetos que dejaban en la tumba. Por ejemplo, él ya no tomaba alcohol. Por ejemplo, él nunca había llevado pulseras o collares. Por ejemplo, lo de los osos de peluche, que había sido una invención o una de esas frases típicas del estilo: a mi hija le gustan los osos de peluche. Cuando un famoso soltaba algo así, para los seguidores era como un mandamiento.
Y eso que él nunca había sido famoso.
Al menos en vida.
Grace empezó a recoger todas aquellas cosas.
Llevaba una bolsa para las botellas siempre medio vacías y otra para el resto de objetos. Las botellas y latas primero las vaciaba a un lado de la tumba. Era el trabajo más lento y pesado. Con la parte dura acabada, llegaba la fácil. Recogía los regalos, pero sin acritud ni violencia. De hecho lo hacía con mimo. Por lo menos respetaba el fervor de las personas que habían viajado hasta allí, tan lejos seguramente de sus casas, para rendirle el último tributo al héroe caído, a la leyenda.
Porque ahora sí era eso: una leyenda.
Lo que más le impactaba eran las fotos.
Sobre todo las de ellas.
Desde chicas jóvenes, de su misma edad, hasta mujeres ya mayores, como su madre. Dos estaban desnudas, una en una posición recatada y otra explícita. En la parte posterior de la primera se leía: Espérame en el Paraíso. En la parte de atrás de la segunda el texto era: ¡Mira lo que te perdiste!
A veces no sabía si reír o llorar.
Por lo menos, esta vez, no había pintadas en la sencilla lápida asentada a ras de suelo, con el nombre y las fechas de nacimiento y muerte. Habían tenido que construir un sarcófago de cemento para introducir en él el ataúd porque al comienzo algún loco o loca había escarbado incluso la tierra. Grace se alegró de no verse obligada a ponerse los guantes de goma y empezar a rascar la pintura o el tipo de tinta, a veces indeleble, que algunos empleaban para dejar sus mensajes, siempre del tipo: ¡Vive!o Long Live Rock.
Era un cantautor, un cruce de Dylan, Springsteen, Stephen Stills o Tom Waits en sus respectivas épocas puristas, pero bastaba una guitarra eléctrica para que los rockeros se lo apropiaran.
¿Qué más daba?
Cuando un artista se exponía al público, todo era interpretable.
Él siempre decía: Yo soy músico, no sé nada más.
Estaba acabando de acomodar en el fondo de la bolsa las naves de juguete cuando apareció él.
No era normal ver a un fan entre semana. Las peregrinaciones solían hacerse en grupo, en manada, desde los viernes hasta los domingos. Claro que aunque uno o una llegara en plan solitario, quedaba automáticamente hermanado o hermanada con el resto. Todos estaban allí por lo mismo, para rendirle tributo a Leo Calvert. Los viernes y los sábados por la noche era normal que alrededor de la tumba se organizaran fiestas, se cantaran sus canciones y se bebiera hasta quedar dormidos. También se había hecho amargamente popular hacer el amor sobre la tumba, como ofrenda o como si el espíritu del muerto pudiera bendecirles.
¿En aquellos años, cuántos hijos se habrían engendrado así, allí mismo?
Grace no quería ni pensarlo.
Salvo que electrificaran la tumba, o la vallaran, o… ¿o qué?
El aparecido y ella se quedaron mirando.
Era alto, quizá un poco desgarbado, o tal vez fuera por la mochila que cargaba sobre el hombro derecho y la guitarra que colgaba del izquierdo. Llevaba el negro cabello revuelto, un poco caído sobre la frente, y tenía unos ojos claros y limpios. Vestía de manera informal, zapatillas deportivas, vaqueros gastados y una camisa roja arremangada. Pese a todo no parecía un vagabundo ni un sucedáneo de hippy renacido del pasado. Iba limpio. Incluso se diría que cuidado. Le calculó unos veintiún o veintidós años, quizá veintitrés. De no haber sido porque estaba muy serio, su cara habría sido agradable.
Grace lo esperaba todo menos aquello.
—¿Qué haces? —le espetó el chico.
Ella se quedó quieta.
—¿Perdón? —dijo.
—¿Estás robando las cosas? —continuó él—. ¡Joder!, ¿no te da vergüenza?
La parálisis provocada por el desconcierto duró menos de tres segundos. Le lanzó una última mirada, mitad agotada mitad resignada, y acabó de meter los últimos juguetes en la bolsa. Quedaba tan sólo el cómic, de los mutantes de X-Men.
—¡Oye, te estoy hablando! —gritó el joven.
Grace no le hizo caso.
Ni se lo hubiera hecho de no ser porque él dio un par de pasos hacia ella, tal vez para sujetarla, tal vez para detenerla.
Entonces sí, se volvió.
Lo fulminó con la mirada.
—Como te acerques te hago una cara nueva —le previno.
—¡Pues deja eso donde estaba!
Entonces ya sí, se lo dijo:
—¡Es mi padre, idiota! ¡Limpio la tumba para que no se amontone la mierda que tarados como tú dejáis en ella cada semana! ¿De acuerdo?
Luego se dio media vuelta, cargó los dos sacos y echó a andar sin volver la vista atrás.
El silencio de la tarde habría sido agradable de no ser porque ahora estaba furiosa.
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CAPÍTULO 1 DE “CAZANDO FLORES EN LA OSCURIDAD”, NOVELA PUBLICADA POR SM EN MARZO DE 2021
La nueva casa era discreta.
También la calle, el barrio, toda la zona.
Casas unifamiliares, pequeñas, para familias normales, de clase media.
Y, por supuesto, en un pueblo perdido.
Nada de Nueva York, San Francisco, Chicago o cualquier lugar donde era más fácil que la encontraran.
Mientras sus padres entraban, Maggie se la quedó mirando. Tenía una sola planta y era cuadrada, de madera. La habían acabado de pintar para poder alquilarla en mejores condiciones. Por delante, apenas un retazo de jardín sin vallar. A ambos lados, un espacio de media docena de metros la separaba de las casas vecinas, casi gemelas a la suya, aunque la de la izquierda tenía dos plantas.
No era mejor ni peor que otras en las que había vivido.
Una más.
Ya no llevaba la cuenta.
—Maggie, ¿no entras?
Su madre la esperaba en la puerta.
Sonreía.
Siempre lo hacía, sobre todo en momentos como ese.
—Sí, voy —se resignó.
Cruzó el umbral. Un pequeño distribuidor daba directamente a una sala relativamente espaciosa. Los muebles no eran nada del otro mundo. Muebles más bien impersonales. Era el precio a pagar por una vivienda amueblada. Cuando había que salir a escape, con la angustia en el cuerpo y el miedo en el alma, a veces solo tenían tiempo para llevarse lo justo.
A veces.
¿En cuantas ocasiones se marcharon sin nada?
Bastaba una simple sospecha, ver a un desconocido, sentirse vigilados, espiados… Cualquier alarma y todo terminaba para volver a empezar en otra parte.
Tenían que descargar el coche, la media docena de cajas con lo indispensable, ropa y enseres personales, pero lo primero era inspeccionar la casa, ver si era como en las fotografías. Sus padres ya abrían las puertas de las habitaciones, una grande con cama de matrimonio, dos pequeñas con camas individuales y un solo baño. La cocina daba a la parte de atrás y tenía una segunda puerta.
Bueno, una vez tuvo que saltar por la ventana. No siempre se usaban las puertas.
—¿Olivia?
La mujer se encogió de hombros.
—Bien —asintió ante la velada pregunta de su marido.
—¿Y tú, Maggie? ¿Qué te parece?
Lo hacían por ella. Estaban sacrificando sus propias vidas por ella. Eran sus padres, sí, pero todos aquellos años huyendo… No podía comportarse como una estúpida, por mucho que estuviera cansada o deprimida.
—Me gusta, sí —mintió.
—¿Con qué habitación te quedas?
—Con esta misma —señaló la que estaba más lejos de la de ellos, aunque solo se tratara de un par de metros.
Olivia entró en la de matrimonio. Lo único que examinó fue el colchón. Pareció relativamente satisfecha.
—De momento para esta noche nos apañaremos. Mañana en cualquier caso ya compraremos otros y lo necesario para empezar —dijo.
Maggie ni siquiera le echó un vistazo al suyo.
¿Qué más daba?
—¿Habéis visto el jardín —preguntó su padre tomando la iniciativa.
Salieron por la puerta de la cocina. Era un cuadrado de unos diez o doce metros de largo y ancho flanqueado por tres setos no muy altos. Cualquiera podía atisbar en la casa del vecino incluso entre la hojarasca. Estaba desarreglado y necesitaba de una buena mano que arrancara las malas hierbas.
—De todas formas, pudiendo pagar algo mejor, no sé cómo acabamos siempre en estos sitios —no consiguió evitar la desalentada protesta Maggie.
—Vamos, hija —su madre le pasó el brazo por encima de los hombros—. Si siendo discretos nos acaban encontrando…
—Esta vez hemos ido lo más lejos que hemos podido sin dejar rastro —dijo su padre—. Puede que tengamos suerte y podamos quedarnos aquí.
Poder quedarse.
En un sitio.
Para siempre.
No, “siempre” no era una palabra que estuviese en su diccionario.
A veces bastaba con “un poco de tiempo”.
El suficiente como para llamar hogar a una casa.
Los tres notaron el peso emocional del momento.
—John, hay que descargar —reaccionó Olivia.
Regresaron al coche. Les bastó con dos viajes. De momento dejaron las cajas en la sala. Maggie fue la que señaló el pequeño mueble con varios cajones.
—¿Guardamos aquí los papeles?
Su padre abrió el cajón superior.
El lugar era el adecuado, en el centro de la casa, al alcance de la mano.
—Sí, está bien —convino.
La primera prioridad, en todas las casas: guardar los documentos. Pasaportes, documentación, carnets de conducir, el dinero para emergencias, intocable…
—¿Cuántos nos quedan? —quiso saber Maggie.
John no tuvo ni que contarlos.
—Dos juegos por cabeza.
Suficientes.
Cada vez era más complicado conseguir documentos falsos, aun pagando una fortuna por ellos.
Quedaba la última pregunta.
Trivial, pero importante, porque debería vivir con ello las próximas semanas, los próximos meses.
—¿Cómo voy a llamarme aquí?
Su padre escogió un juego de papeles para ella.
—Carol, ¿te parece? Carol Anderson Pegg.
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El poema de febrero
POLVO DE ESTRELLAS
© Jordi Sierra i Fabra (poema aparecido en el libro “Cómo lágrimas en la lluvia”, que se edita en marzo de 2021 (Siruela/Cruïlla/Galaxia/Elkar)
El día que fallecí
fui al infierno.
“Lo sentimos”, me dijo el diablo,
“pero estamos llenos
de políticos mentirosos,
banqueros ambiciosos,
corruptos mercenarios,
dictadores sin escrúpulos,
traficantes y curas pederastas.
Necesitamos ampliarnos,
pero no tenemos presupuesto”.
Contrariado, me fui al cielo.
“Lo sentimos”, dijo Dios,
“pero estamos llenos,
de inocentes caídos en guerras,
parados muertos sin trabajo,
ancianos muertos de soledad,
mujeres maltratadas,
seres sin esperanza
y niños olvidados.
Necesitamos ampliarnos,
pero no tenemos presupuesto”.
Bastante preocupado,
me fui al purgatorio.
“Lo sentimos”, dijo el encargado,
“pero estamos llenos,
de gente que olvidó que era gente,
de los que murieron a medio camino,
de asesinos asesinados,
de pecadores arrepentidos,
de mártires que renegaron
en el último minuto.
Necesitamos ampliarnos,
pero no tenemos presupuesto”.
Viendo que la crisis,
llegaba a todas partes,
no supe qué hacer.
¿Me convertía en vagabundo?
¿Viajaba por el Más Allá
como un Sin Techo más?
Lo probé.
Pero el Más Allá estaba lleno.
“¡Eh!, ¿a dónde vas?”, me dijeron.
“¡Aquí ya no cabe nadie!
¡Vete a buscarte otro lugar!”.
Así es como descubrí,
que morirse es una mierda
peor que vivir.
Pero ahora es tarde.
Ya no hay vuelta atrás.
La vida pasa volando.
La eternidad es infinita.
E incluso en ella,
has de buscarte un lugar.
Tu lugar.
Para ser algo.
Polvo de estrellas.
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El poema de enero
MI INFANCIA
© Jordi Sierra i Fabra (poema inspirado por la ilustración de © Ignasi Blanch)
Mi infancia está hecha de silencios,
rotos tan solo por el odio
de una dictadura inmisericorde.
Silencios hechos de miedo,
construidos sobre mentiras,
represiones, muerte y vacío.
Mi infancia son los secretos de mi padre,
el dolor de mi madre,
la soledad de un tiempo gris.
Mi infancia son los cines de barrio,
dos películas, una peseta,
con calor en verano y frío en invierno.
Mi infancia son los sabañones,
los libros devorados una y otra vez,
y ver jugar a Kubala los domingos.
Mi infancia es Dios, el pecado,
curas, militares y falsa autoridad,
el vacío del sexo, el robo de mi identidad.
Cartillas de racionamiento primero,
supervivencia al límite después,
resignación y hábito al final.
Soy hijo de una tierra espartana,
nieto de conquistadores fallidos,
falsos héroes asesinos de indígenas.
Mi infancia es tesón, voluntad,
escritura, sueños y resistencia,
creer en quien nadie más creía:
el simple hecho de ser uno mismo.
Mi infancia es guerra, supervivencia,
un poco de amor y ningún odio.
Todos los niños se construyen
en una infancia que les marca.
La mía fue hecha de silencios,
bajo la espada de los vencedores
que nunca me hicieron sentir derrotado.
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El poema de Navidad
INVENTARÉ EL DÍA DE LA ESPERANZA
Inventaré un cuchillo blando
Una bala de lluvia
Un cañón de agua y una bomba de miel
Inventaré una pistola de pan
Una tortura de amor
Una mina de papel y un avión de juguete
Inventaré el alma, los sueños y la paz
Inventaré tus manos, tu sonrisa y tu piel
Inventaré el Día de la Esperanza
Inventaré un hijo lleno de sol
Una madre solitaria
Un padre sonriente y una hermana luminosa
Inventare un país libre
Una rebeldía utópica
Un viaje a las estrellas y una vida eterna
Inventaré la furia, el cielo y la luna
Inventaré tu sexo, tus ojos y tu espíritu
Inventaré el Día de la Esperanza
Inventaré un águila real roja
Una ballena verde
Un elefante blanco y un delfín azul
Inventaré un hombre bueno
Una mujer que me quiera
Un misterio de mentira y una mentira de verdad
Inventaré un libro, la palabra y leer
Inventaré tu corazón, tu mente y tu sí
Inventaré el Día de la Esperanza
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El poema de diciembre
LOS QUE ESPERAN
© Jordi Sierra i Fabra (poema inspirado por la ilustración de © Ignasi Blanch)
Somos los que esperan.
Miramos al cielo,
soñamos,
sobreviviremos.
Somos los que esperan,
un tiempo mejor,
un futuro,
la vuelta del amor.
Somos los que esperan,
guardamos los besos,
las caricias,
los orgasmos.
Somos los que esperan.
llenos de vida,
para regalar,
para volver a sentir.
Somos los que esperan,
sonrientes,
contando las horas
volviendo a vivir.
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El poema de noviembre
ABISMOS
© Jordi Sierra i Fabra (poema inspirado por la ilustración de © Ignasi Blanch)
Abismos.
Caminamos, caminamos, caminamos.
Incluso corremos.
A veces, ciegos, llegamos al abismo y caemos.
Otras, nos damos cuenta y nos detenemos.
En el borde.
Y miramos hacia abajo.
El abismo no tiene forma, ni fondo, ni dimensión.
El abismo es solo eso.
Eternidad.
Algunos levantan la cabeza para no verlo.
Cierran los ojos.
Pensar en la muerte aterra.
Pero también mirar a los ojos del abismo.
La chica joven de cuerpo esculpido.
La mujer adulta de pasado gris.
La anciana llena de viejos recuerdos.
El chico joven de sueños por gastar.
El hombre aburrido de pensamiento plano.
El anciano enfermo de ojos perdidos.
Ante el abismo todos son uno.
Ante el abismo todos somos uno.
Si miráis el dibujo seguro que os veis.
Os reconocéis.
Y después, cuando volváis a caminar, quizá penséis.
¿Cuántos llevamos el abismo dentro?
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El poema de octubre
PREGUNTAS
© Jordi Sierra i Fabra (poema aparecido en los libros “El grito de la mariposa”, Edelvives 2016, y próximamente en “Cómo lágrimas en la lluvia”, Siruela/Cruïlla/Galaxia/Elkar 2021)
¿Cuantas puertas hemos de cruzar
para salir de la oscuridad?
¿Cuantas ventanas hemos de abrir
para ver la luz del sol?
¿Cuantos momentos hemos de gastar
para que uno nos de las respuestas?
¿Cuantos amores hemos de quemar
para que uno nos de la paz?
Todos los caminos son largos.
Algunos dan vueltas en círculos.
Otros rompen la vida en línea recta.
Muchos más se pierden.
Pero sin caminos no hay futuro.
Sin soñadores no hay esperanza.
Lo importante es no detenerse
hasta que el tiempo te venza
y te sumerja en el olvido eterno.
¿Cuantas miradas hemos de usar
para ver el mundo como es?
¿Cuantas caricias hemos de dar
para que nos devuelvan una a nosotros?
¿Cuantos besos hemos de regalar
para sentir uno en nuestros labios?
¿Cuanto amor hemos de perder
para alcanzar uno que nos libere?
Mírame a los ojos y sonríe
cuando me digas que me amas-
Toca mi cuerpo y gime
cuando te llegue el gran éxtasis.
Estamos hechos de ilusiones
que los días se encargan de soñar.
Todo amor es una sorpresa irreal
vestida de luces y hecha de guerras
tan desnuda como un alma pura.
¿Cuantas mentiras que son verdades
necesitamos para entendernos?
¿Cuantas verdades que son mentira
necesitamos para reaccionar?
¿Cuantos misterios por descubrir
nos debe la vida antes de morir?
¿Cuantas vidas hemos de vivir
para encontrarle sentido a una?
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LEE ESTE FRAGMENTO DE “DJ”, NOVELA PUBLICADA POR SM EN SEPTIEMBRE DE 2020
—¿Tienes algo que decir acerca de la polémica en torno a la EDM?
—Son las siglas de tu revista. Debería preguntarte eso yo a ti.
—Responde.
¿Qué puedo decir?
Recuerdo una entrevista que leí con catorce o quince años en una revista especializada española. El plumífero le preguntaba a un tipo si hacía… no sé, trash metal, hardcore, trance, hard dance, nu-music… Una chorrada de esas, cuando cada disco y cada artista era el líder de su propia tendencia. El entrevistado le decía: «Tío, yo hago música. Las etiquetas las ponéis vosotros».
Seguía siendo así.
Las etiquetas las ponían ellos.
Pero no dejaban de preguntar.
—En serio, Deanah, ¿crees que estoy al tanto de todo lo que se dice, se publica…?
—Deberías.
—¿Por qué? Yo hago mi música. A la gente le gusta. Punto.
—Pero los puristas de la música electrónica quieren separar el concepto dance de lo que es la música en sí.
—Supongo que tienen razón. Pero si la música te hace bailar…
—Venga, explícate.
—¿Qué quieres, una lección de historia?
—¿Por qué no?
—¿Nos remontamos a Kraftwerk, en los años 70 del siglo pasado? La música dance abarca todos los géneros, porque todos hacen bailar. Kraftwerk eran absolutos. ¿Metemos en el mismo saco a… no sé, Stockhausen, Philip Glass, Tangerine Dream…? No, claro. Entonces, ¿por qué no recordamos también el disco sound de fines de los 70 y los primeros años 80? O el techno. En aquel tiempo bastaba un sintetizador, una caja de ritmos y un secuenciador. Con los noventa y los primeros años de este siglo hay mil caminos nuevos, house, trance… Siempre habrá etiquetas, puristas y antagonistas. Yo hago mi música, la llamen como la llamen. Ante todo soy un DJ, un pinchadiscos.
—Eres más que eso.
—¿Porque compongo mi propia música? Todos lo hacemos ya. Los días en que se sampleaba y se mezclaba, partiendo de temas grabados por otros artistas, han pasado.
—Demasiadas demandas por uso indebido.
—También.
—He de insistir en mi pregunta —no se rinde—. Los puristas de la música electrónica tradicional se muestran herméticos. Pero los que defienden la Electronic Dance Music dicen que está aquí para quedarse. ¿Crees que es una amenaza?, ¿es un género musical en sí mismo?, ¿se trata de una corriente más?
—A la mitad o más de los artistas del Ultra no los conozco. Ni he oído hablar de ellos. ¿Cómo puedo responderte con un mínimo de juicio?
—¿No los conoces porque no te interesan, porque prefieres estar desconectado, porque no sigues las nuevas tendencias, porque no te gustan…?
—Deanah, todos vivimos en nuestra propia burbuja. Si tuviéramos que estar pendientes de lo que hacen los demás, acabaríamos locos. Bastante tenemos con lo que hacemos cada uno. En serio, no es desinterés, es falta de tiempo, el maldito vértigo… y la necesidad de desconectar de vez en cuando. En la música, un mes es mucho tiempo. Y un año, la eternidad. No me hagas hablar de lo que no sé. Odio a los que hablan de más y tratan de demostrar que saben de todo.
Lo ha pillado.
Pero no deja de ser afilada.
—¿Alguna vez has empleado playback en tus sesiones?
—Nunca.
—¿Algo en contra de los que lo hacen?
—La gente quiere verte pinchar en vivo.
—Pero nadie se da cuenta de si programas un sonido o lo ejecutas en directo.
—Lo sé yo, y es suficiente. Si te mientes a ti mismo, le estás mintiendo a la gente. Y créeme: la audiencia es inteligente.
—¿Puede haber honestidad en un universo que mueve millones?
—Sí.
—¿Por qué?
—Porque es todo lo que nos queda. Si falseamos el mundo, no hay esperanza.
Deanah coge su vaso y le da un largo sorbo a su roja bebida. Le he dado un titular y lo sabe. Lo digiere. No ha sido premeditado, me ha salido así, sin más.
Sigo bien.
No siento dolor.
Quizá, después de todo, mi último concierto sea diferente.
Cuando mi cuerpo está en guerra conmigo mismo, y mi mente se estrella contra los invisibles muros de mi resistencia, la caída es inevitable.
Sangrante.
La locura.
—Hablando de esperanza —la periodista entona como si tuviera las palabras en la punta de la lengua y las soltara suavemente a través de los labios—. Sé que no te gusta tocar el tema, pero he de intentarlo. Tu fundación benéfica.
—Cierto, no me gusta hablar de ello.
—¿Por qué?
—Lo he dicho muchas veces. No la tengo para presumir ni para alardear de ser buena persona. No lo soy. Solo actúo de acuerdo a mis convicciones. Esto no tiene nada que ver con mi música o mi trabajo.
—¿No crees que es importante que la gente conozca esta faceta tuya?
—La gente ya la conoce. Se ha divulgado. Otra cosa es que quiera dar detalles.
—¿Te sientes un privilegiado?
—Sí.
—¿Culpable de algo?
—No, ¿por qué?
—Toda la gente famosa que crea una fundación o hace campañas de ayuda para los necesitados, en el fondo se siente culpable de ser rica. O quizá se avergüence por ganar tanto.
—¿Y el compromiso? ¿Y la ética o la moral? Yo no me siento ni culpable ni avergonzado. No tiene nada que ver. Bono hace lo que hace porque es una figura pública, y yo hago lo que hago desde otra perspectiva. Eso es todo. Soy un privilegiado, sí, pero te diré algo… ¿Sabes lo que decía Gandhi?
—No.
—Que la peor violencia es la indiferencia —no la dejo meter baza—. Hay otra frase que me gusta, aunque no sé de quién es. «La vida es muy peligrosa, no por los que hacen el mal, sino por los que se sientan a ver lo que pasa».
—Y tú no te sientas.
—Desde luego que no.
—Estás trabajando mucho en África, has construido un hospital, tu última contribución fue de un millón de dólares…
—Deanah, por favor —levanto las dos manos.
Me pongo serio.
Lo nota.
¿Qué parte de «no quiero hablar de mi fundación» es la que no entiende?
Se relaja.
Me pregunto por dónde irá ahora.
¿Siguiente?
Y, de pronto, sin más, justo en este momento de calma, Deanah saca el maldito tema.
—¿Qué opinas del suicidio de Avicii?
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LEE EL CAPÍTULO 22 DE “LA DESAPARICIÓN DE JULIA”, PUBLICADA POR EDEBÉ EN SEPTIEMBRE DE 2020
22
Israel volvió a intentarlo.
Nada.
Silencio.
O Julia había apagado el móvil para que nadie la molestara o no quería hablar con él.
Las dos cosas eran posibles.
La noche pasada ella le había dicho algo de que tenía poca batería, que se había olvidado de cargarlo pese a las recomendaciones de sus padres de que siempre lo tuviera a punto y a mano. Quizá no fuera verdad. Quizá por eso quería llegar a casa a su hora.
Todo era posible.
Cerró los ojos y revivió aquella última escena.
El beso.
La forma en que ella pareció deshacerse en sus brazos…
Y luego…
¿Qué demonios había sucedido?
Tenía que hablar con ella.
Tenía que hablar con ella cuanto antes, y hacerlo pronto, a solas, porque si aparecía alguno de los demás sería imposible hacerlo. Julia disimularía, él fingiría que no había sucedido nada, y cuanto más tiempo transcurriera, sería peor.
Mucho peor.
El verano había estado bien. Normal. Divertido y loco. Todo se había disparado al final, casi sin pretenderlo, inesperadamente. Daba por sentado que Julia y él acabarían juntos. Era pura inercia pese a las reticencias de ella. Pero en aquella última semana Juanca se había disparado. Se les acababa el tiempo, esa era la razón. Juanca se había quitado la careta. Eso aceleró las cosas. Ya no era cuestión de esperar ni de nada por sentado. Era cuestión de actuar. Si Juanca se adelantaba y Julia, aunque fuera inexplicablemente, le decía que sí…
Las chicas a veces eran raras.
Nada hacía indicar que Julia y Juanca pudieran tener nada, pero…
Todos daban por sentado que “la pareja” eran ellos.
—Julia… —susurró su nombre en voz alta.
Le gustaba tanto como sonaba…
Cuando se conocieron, ella le dijo:
—¿Israel? ¿Como el país?
Y él le contestó:
—Sí, pequeño pero resultón.
La había hecho reír.
De eso parecía haber transcurrido una eternidad.
Una eternidad que llegaba al momento decisivo.
Tenía que hablar con Julia, arreglar lo de la noche, aclarar lo sucedido, preguntarle por qué, y decirle que la quería. Así de fácil.
—Julia, te quiero.
Israel se guardó el móvil en el bolsillo. Ya estaba vestido. Solo tenía que reunir el valor final, salir y llegar a su casa, despertarla si era necesario. No podía esperar más.
Nunca había tenido miedo, aunque aquello era diferente.
Se lo jugaba todo.
Ni siquiera salió por la puerta, para ahorrarse preguntas y tener que dar respuestas inútiles. Saltó por la ventana y echó a andar con el paso firme y decidido.