Discurso del Premio Iberoamericano 2013

PREMIO IBEROAMERICANO 2013

JORDI SIERRA I FABRA

GRATITUD Y ELOGIO DE LA PALABRA ESCRITA Y EL LIBRO

GRATITUD

 

Hace un año y medio, el 30 de marzo de 2012, Laura Niembro, esa extraordinaria mujer, alma mater de esta feria del libro de Guadalajara, me mandó un e-mail con un sugestivo titular: “Ven, ven, ven”. ¿Alguien cree que cuando una mujer te dice “ven, ven, ven” puedes decir que no? Más aún, ¿alguien se imagina dicéndole que no a Laura Niembro? Ni que decir tiene que vine. Llevaba dos años de ausencia y Laura, cual sirena reclamando al Ulises viajero, me devolvió a esta feria que es mi casa.

Este premio que hoy recibo, se deriva de ese mensaje. Asistí a la entrega del galardón a Ana María Machado (era mi tercera presencia en este acto, siempre sanamente envidioso de los premiados), y en la fiesta posterior llegó la magia. Una amiga, argentina, dijo: “Pero cómo, ¿vos no tenés el Iberoamericano?”. Yo dije que si nadie me presentaba no podía ganarlo. Y otra, mexicana, agregó: “Órale, ¿podemos hacerlo desde México?”. A lo cual Pedro Cerrillo, del CEPLI de España, remató la escena manifestando: “Tranquilas, el próximo año lo presentamos nosotros”.

A la hora de los agradecimientos, imagínense pues la lista, comenzando por Laura, acabando con Pedro, y sin olvidar a la Fundación SM, la casa en la que, hace ya 33 años, debuté como autor para niños y jóvenes. Una Fundación que, no puedo olvidarlo, fue la primera que nos apoyó económicamente cuando iniciamos en Medellín las labores de la Fundación Taller de Letras Jordi Sierra i Fabra, de la misma forma que Ediciones SM edita cada año el premio literario que lleva mi nombre y se falla en España.

Este galardón que hoy nos congrega aquí, es un premio a una vida y una obra, pero también es un premio que nos une y hermana. Mi amor por latinoamérica no sólo se manifiesta por los viajes que he hecho por el continente, profesionales o no, sino por el hecho de tener editores en muchos países y darles libros originales, que no se encuentran en mi país salvo que los compren en este lado del Atlántico. Norma, Panamericana y Libros y Libros en Colombia; Fondo de Cultura Económica, Castillo MacMillan y Progreso en México; Libresa y Zonacuario en Ecuador; Arrayán y Marenostrum en Chile o Editorial Gente Nueva en Cuba son el ejemplo. Creo que no fue casual, incluso, que recibiera la noticia del premio en Medellín y no en Barcelona. Cuando empecé a viajar por estas tierras y me di cuenta de lo mucho que se me quería, no como novelista, sino como rockero, me sentí emocionado y feliz. Los únicos libros hablando del fenómeno musical de aquel tiempo, en español, que llegaron aquí durante más de dos décadas, fueron míos. Ellos dieron paso al Sierra i Fabra narrador que también se ha hecho un hueco en tantos corazones. Recuerdo un día, a fines del siglo pasado, en Costa Rica, boquiabierto frente a una librería con un escaparate lleno de obras mías. Entré preguntando si sabían que estaba de vacaciones recorriendo el país y me dijeron que no, que eran los chicos costaricenses los que me leían y pedían. Después, en años posteriores, la escena se repitió en Bogotá, México DF, Quito o Santiago de Chile. Este es pues el premio que recoge todos estos sentimientos y los agrupa en una sola palabra: amor. Gracias por quererme. Gracias por dejar que os quiera.

 

ELOGIO DE LA PALABRA ESCRITA Y EL LIBRO

 

Después de la gratitud, me gustaría hacer un elogio de la palabra escrita y del libro como vehículo esencial de la misma, y como reconocimiento a todos los lados que forman este prisma que llamamos cultura, escritores, ilustradores, editores, impresores, promotores, vendedores, libreros, maestros y tantas otras personas que día a día convivimos con el placer de la escritura y la lectura o del contacto con los libros, nuestra razón de ser, la misma que nos agrupa hoy aquí a todos nosotros.

Fui ese niño, raro animal de feria, como decía Ray Bradbury, que se pasaba el día inventando crucigramas, damerogramas, jeroglíficos, saltos de cabello, sopas de letras, abecegramas, pictogramas, dibujando… Y naturalmente escribiendo. Como digo siempre, leer me salvó la vida, escribir le dio un sentido. Jamás recordé lo que estudié, pero nunca olvidé lo que leí. Y guardo en mi casa todos aquellos libros, al menos desde que pude comprármelos.

Hoy, cuando en España los escritores luchamos en tantos frentes desde nuestra impotencia, contra la piratería en aras de la falsa gratuidad de la cultura, hasta la socialización de los libros en las escuelas, equívoco pretexto económico que va a impedir que los niños tengan su propia biblioteca y recuerden los libros que leyeron, les marcaron y les cambiaron la vida, no dejo de pensar en aquel chico que bajo la dictadura devoraba un libro al día. Libro que alquilaba con el dinero que conseguía vendiendo pan seco y periódicos viejos. Como acabo de decir, guardo en mi casa todo lo que leí después en esa infancia y esa adolescencia, cuando pude comprar mis propios libros, porque son el germen de lo que he sido. No tengo estudios, me formé leyendo. Creo que el libro es el objeto de arte más hermoso que se ha creado. Por fuera y por dentro. Borges también lo dice: “De los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro; los demás son extensiones de su cuerpo. Sólo el libro es una extensión de la imaginación y la memoria”. Todavía, cuando me llega un libro mío o compro uno en una librería, lo primero que hago es olerlo. Vamos ya camino de perder el segundo sentido literario, el olfato, si la tecnología se acaba imponiendo al papel. Incluso el primero, el tacto, está cambiando: del dulce roce con el papel a la fría huella de la pantalla por la que deslizamos los dedos. Algún día tampoco necesitaremos la vista, porque nos enchufarán a una máquina que nos introducirá el libro en el cerebro directamente. Quizás se incluyan también las emociones que la lectura nos despierta, aunque es más difícil. Puede que así nazca una nueva generación de drogadictos: los de las letras.

Hace un mes y medio, en el Congreso de la Lengua de Panamá, se dieron cifras escalofriantes sobre la incidencia de la lectura en América Latina. De un total de 20 países, cuatro de los seis últimos eran, nada casualmente, los que presentaban índices de violencia más altos en el continente. Me gustaría saber cuantas personas, jóvenes o adultas, que practican algún tipo de violencia, son lectores de libros. Cultura es vida, amor, libertad y paz. “La falta de prioridad de los Gobiernos en la educación es la clave del poco éxito de la lectura”, afirmó Orit Btesh, presidenta de la Cámara del Libro de Panamá. Más aún: vender libros no es crear lectores. Sin complicidad no hay sinergias. La cultura se expande por la invisible red de los vasos comunicantes de nuestro ánimo. Si uno de rompe, si uno cede, se cortocircuita el conjunto entero. ¿Y qué hacer, cuando esta lucha nos supera año a año y perdemos generación a generación?

Cuando puse en marcha mis dos Fundaciones a ambos lados del Atlántico, lo hice empeñado en algo que, a mi juicio, es la única y verdadera antesala de la lectura: la escritura. Es mucho más eficaz incentivar esa capacidad en los niños y en los jóvenes que leer y leer textos sin más, por orden de los esforzados maestros. El mismo Panamá impulsó un plan de escritura entre los escolares, para que narraran sus cosas, lo que sentían, sus vidas, y el éxito desbordó la iniciativa. Los niños podían escuchar sus propias voces, recuperando además la oralidad perdida. Escucharse unos de otros, descubrirse, aprenderse fue acercarlos a sí mismos. Una prueba de que sólo con el ingenio podemos combatir la ola de ignorancia e indiferencia que se nos viene encima, si no nos ha caído ya. Hay muy pocas personas capaces de plasmar en un papel lo que sienten. No saben hacerlo. Y ese es el problema. Por eso hay psiquiátras.

Cuando escribimos no lo hacemos pensando en el papel o en una pantalla. Sólo nos vacíamos a nosotros mismos, sea con una pluma o con un teclado. Y si con suerte aparece un lector, bienvenido sea. Pero aún así, la palabra “lectura” irá asociada durante mucho tiempo todavía con la palabra “libro”, tal y como lo conocemos hoy o como lo diseñará el futuro.

Hoy el debate se centra entre si el libro muere como objeto y si las tecnologías lo rematarán. Pero el problema ya no es el soporte, el problema es que América Latina, como se dijo en ese Congreso de la Lengua, retrocede en lo esencial, sin que ningún esfuerzo cuaje. Como dijeron los expertos y recogió la prensa española: “El futuro está en el pasado”. Si no defendemos ese pasado, lo que nos ha dado la literatura desde que Gutemberg inventó la imprenta, llegaremos a ese Más Allá incierto en el que seremos máquina, humanos con implantes o seres amorfos sin apenas sentimientos.

El futuro es siempre un rodillo que acaba por aplastar al pasado. El mundo tecnológico nos reducirá a meras piezas de museo, tan románticas como las de otras épocas. Pero no moriremos sin luchar. Somos heroes de la resistencia. Amamos y amaremos la palabra escrita. Amamos y amaremos los libros. La vida es pasión, y nada la refleja mejor que escribir, ningún arte es superior que la palabra escrita, pues incluso el cine o el teatro depende de ella inicialmente. Estamos hechos de palabras y sueños. Unos alimentan los otros. Por favor, amemos escribir, porque es amarnos a nosotros mismos en lo más puro de nuestra identidad humana. Y amemos los libros, leer, pero también asomémonos cada mañana a ese periódico que se convierte en hábito de nuestro conocimiento. Seamos agresivos, no condescendientes, porque nos jugamos una parte de nuestra historia. Ya no hay militares dictadores en América Latina, aunque sí líderes populistas de incierto mensaje. Con cada niño no lector se abre la puerta a un intolerante de mañana. Como dijo Carmen Balcells, “el libro es la apoteosis final. El libro, que es un acto de amor, es muy dúctil”. Pero para llegar al libro, escribamos. Ya no es sólo leer, es entender lo que leemos, desnudarnos, ser capaces de liberarnos a nosotros mismos. Tocar un instrumento, pintar, esculpir o escribir es crear, y ser creativos es lo que nos diferencia de las piedras o los animales. Seamos mejores. Volvamos a los orígenes. No nos perdamos en la selva de las buenas intenciones. Indignémonos también contra la pobreza cultural que nos asola, y recordémosles a los que nos gobiernan que mandar en un país de burros es muy fácil. El reto consiste en gobernar países y pueblos que valgan la pena.

De nuevo gracias por estar aquí esta noche. Sean felices.

 

©Jordi Sierra i Fabra, Guadalajara, 3 de diciembre de 2013.

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