Primeras Noticias (1994)

Vallirana, cerca de Barcelona, un sábado de otoño. Jordi Sierra i Fabra está en su refugio montañés, el lugar donde ha escrito la mayoría de sus obras en los últimos años. Acaba de regresar de Indonesia, donde ha recorrido Java, Sumatra, Borneo, Sulawesi y otros lugares exóticos, así que la primera pregunta es obligada:

–¿Qué es para ti viajar?

–Una liberación y una necesidad. Escojo siempre los lugares en función de algo, porque siempre voy a escribir, a preparar el guión final de una novela, y eso me gusta hacerlo lejos de todo. Pero también doy alas a mi libertad y por esta razón últimamente he ido a lugares como México, India, Nepal, Tibet o China. Estaba un poco harto de Estados Unidos y Europa, que conozco ya muy bien por mis viajes con los grandes del rock. De todas formas viajar no es más que mi tercera pasión, detrás de escribir y la música y por delante del cine. Y cuando hablo de viajar no sólo me refiero a descubrir nuevos mundos o al placer de sentir cosas, porque yo soy un coleccionista de sentimientos. Ir una semana a cualquier lugar de España para dar charlas en colegios es otra forma de viajar, ver sitios y conocer gentes. Para mi es lo mismo.
Jordi Sierra i Fabra (le molesta que le “corten” el nombre y dice que García Marquez o Vazquez Montalbán no son lo mismo que Gabriel García o Manuel Vazquez, sin el segundo apellido) rebosa literatura y vida, vitalidad e intensidad. Difícil concretar su torrente oral, sus largas parrafadas, su explosiva pasión, peso éste es el trabajo de quienes hacemos entrevistas y eso él mismo lo sabe bien ya que durante años ha entrevistado a las estrellas del rock.

–¿Cómo te metiste en el mundo de la música?

–A los 17 años una persona me dijo: “Para publicar libros, o tienes dinero, padrinos, o un nombre”. No tenía dinero, no conocía a nadie que me respaldara, así que me dediqué a hacerme un nombre. De lo que más sabía era de música. Los Beatles cambiaron mi vida, me sabía de memoria nombres, grupos, artistas, grabaciones, fechas, discos… así que envié cada semana cartas de 20 folios a Radio Madrid y me dije que si era bueno ya me contestarían. Y lo hicieron. Me nombraron Delegado en Barcelona de El Gran Musical de la Cadena SER (los 40 Principales de hoy). Intervine en la fundación de la revista El Gran Musical y fui corresponsal en Barcelona. Luego me convertí en director de Disco Expres, dejé el trabajo en una empresa de construcción y los estudios, y más tarde fundé una docena de revistas más, entre ellas Popular 1 y Super Pop, que fue la última, en 1977. Pero siempre tuve claro que yo era escritor, que no me quería quedar en el mundo de la música, que lo que deseaba era contar historias.

–¿Cómo influye la música en tu vida?

–El mundo de la música me ha permitido formar parte de un universo al alcance de pocos seres humanos, contactar con quienes han hecho la historia de la música de nuestro tiempo y ser testigo directo de los más grandes acontecimientos populares, conciertos, festivales, etc., y por supuesto, viajar por todo el mundo y conocer de cerca a sus protagonistas. No es lo mismo ver a Bruce Springsteen, Madonna o Michael Jackson en un concierto que en una rueda de prensa o en una charla personal, donde captas su verdadera esencia y, en ocasiones, llegas a intimar con ellos, a entablar una amistad revitalizada con más y más encuentros a lo largo de los años. Lo que me ha dado el rock no tiene precio, especialmente si sabes separar la verdad de la mentira, los lujos y el poder de la música, lo negativo, de lo que es la esencia y la humanidad de cada personaje, y he conocido al 90% de ellos en estos 25 años. Pero hay más influencias: por ejemplo que escribo con la música tope, de cualquier género, que absorvo la energía del rock y que con mis 30.000 discos tengo toda la música de mi tiempo en casa.

–¿Por qué escribe Jordi Sierra i Fabra?

–Porque lo necesito para vivir, para existir, porque si no escribiera estaría muerto, porque cuando alguien se pasa horas en casa desde los 8 años haciendo novelitas, y a los 12 es capaz de hacer un libro de 500 páginas, es que ha nacido escritor. Todo la vida he escrito cosas. Lo que pasa es que mientras para unos es una bendición, para otros es una carga. Ser escritor no se escoge, te cae encima. En mi caso es un placer que no admite más justificación que la de estar, digamos, enfermo, porque vivo sólo para lo que escribo y eso ha llegado a ser una obsesión compulsiva. Escribo cada día, y cuando estoy en plena novela, pueden ser 10 horas diarias, incluidos sábados y domingos. Puedo escribir en aviones o aeropuertos, igual que de niño lo hacía en la calle, en un banco, en el bordillo de la acera, el autobús o el metro. Escribir es mágico. Pienso que en mundo como el nuestro, sólo el arte te acerca a ti mismo, a la naturaleza, al Universo, y te aparta del materialismo y la vulgaridad.

–Tu obra es una de las más abundantes de España, tratas todos los géneros…

–Alguien dijo una vez eso de “Quien mucho abarca poco aprieta”, pero en mi caso no es cierto. Me gusta escribir y me interesan todos los temas. Tiemblo ante una posible rutina. Necesito explorar todos los rincones de mi creatividad. Tengo una sola vida y la dedico a escribir. Si tuviera otras las emplearía en hacer cine, pintar, romper con todo constantemente. Antes de escribir un libro, lo trabajo mucho, muchísimo, hasta que tengo la película en mi cabeza y entonces escribirlo es más sencillo. Soy rápido escribiendo y lento pensando. Pero no puedo pedirle a mi cabeza que no deje de pensar, ni puedo guardar ideas en una maleta porque cada día aparecen de nuevas. Doy forma a todo, sin continencias. Balzac y Simenon dejaron escritas muchas obras. Yo aún voy por la mitad. Sencillamente hago lo que siento, cuándo lo siento y cómo lo siento. Y hay algo que quiero dejar muy claro: nunca he escrito por dinero. Ningún editor podrá decir jamás que le he pedido el oro y el moro por un original, nunca he discutido un anticipo. Me importa escribir, y lo hago para ser feliz. Lo otro viene después. Si yo soy feliz escribiendo es posible que quien me lea también sea feliz, y que se vendan cien mil ejemplares de un titulo, y que eso me permita vivir cómodamente. Pero ese es el orden. Si pensara en lo último, el dinero, me sentiría como un mercenario. El arte ha de valer por si mismo. Y creo que la mayoría de escritores piensa igual, aunque algún crítico crea que lo hacemos por encargo. Yo no acepto encargos, ni escribo segundas partes cuando tengo un éxito de ventas. Mi trilogía “El ciclo de las Tierras”, por ejemplo, estaba decidida que fuese así, una trilogía, desde el comienzo. No tuvo nada que ver el “boom” de la primera parte. Soy fiel a mis ideas, a la línea que me marqué desde el comienzo. Sin tu propio compromiso con la vida o con tu obra como premisa inicial, no puede haber nada después.

–¿Eres riguroso con tu obra?

–Sí, mucho. Como he dicho antes, puedo pensar el guión de una novela durante meses o años, pero cuando lo tengo ya claro y en papel, el resto es sencillo: se trata de explicar de la forma más directa y simple lo que tienes en papel y en imágenes en la cabeza. Y siempre tengo cantidad de ideas dándome vueltas por la cabeza. Cuando una adquiere vida propia hago el guión de forma exhaustiva y minuciosa y luego escribo el libro de un tirón, encerrado durante lo que tarde, una semana o diez días más o menos para un libro juvenil. Cuando lo termino, soy incapaz de tocar nada. Todo está ahí. No hago correcciones. No creo en la perfección, creo en el instinto. No tengo ningún poder sobre esa obra. Ha nacido y tiene derecho a existir. A veces ni sé si es buena o es mala. Es como un hijo, que te puede salir listo o tonto. Admiro al escritor que tiene autocensura o tira algo. Yo no puedo y ese es mi riesgo asumido. Para bien o para mal, he hecho lo que hecho y hecho está. Puede que haya libros que con los años piense que no debí hacer, pero cuando los escribí es por algo, sentí algo con cada uno de ellos, y si se editó, también fue por algún motivo. Lo triste es que haya quien recuerde más los errores que los aciertos, sobre todo los que se creen en posesión de la verdad, los padres del bien y del mal, los que dicen que “escribo demasiado” olvidando que sólo se escribir y no engaño a nadie. Lo que hay entre un autor y su obra es tan íntimo, tan personal, y es una relación tan intensa…

–Pero tú eres un escritor muy valorado, ¿qué significa para un autor estar siempre en el rankings de los más vendidos y los más leidos?

–Es un halago, significa que tienes gente que te lee, pero no es algo que me preocupe. Si pensara en listas de ventas pensaría en el éxito y eso me desvirtuaría. Lo único que me preocupa es evolucionar y que se valore esa evolución, ese esfuerzo. Intento ofrecer algo con personalidad, y en cada libro trato de no repetirme, buscar siempre un nuevo estilo, y me arriesgo con temas siempre duros y conflictivos. Nunca me corto por nada. La suerte de ser escritor es que puedes estar siempre aprendiendo, que nunca llegas al máximo. Es fantástico.

–¿Eso implica diferencias entre escribir para jóvenes o para adultos?

–No, ninguna. Al menos para mi. Hay un público que lee y nada más, y para eso no existen edades, aunque en los libros para jóvenes siempre conste esa dichosa edad como termómetro. Tal vez en los libros infantiles hay algún efecto diferenciador, pero yo incluso he ganado premios literarios infantiles sin renunciar a mi forma de escribir o a mi lenguaje. Cuando el niño deja de ser niño, y eso puede suceder a los diez, a los doce años o cuando sea, todo depende de lo que tenga dentro, puede leer cualquier cosa si la entiende. Mis diferencias sí son más reales, porque no sólo hago obras que puedan considerarse “trascendentes”. También hago libros para evadirme, para reírme, libres de todo recurso que no sea dejarse llevar. Ante todo soy un contador de historias, nada más. Busco entretener, no sentar cátedra aunque toque temas muy fuertes. Lo que pasa es que para mi mismo la trascendencia sí existe, haga lo que haga, en todo momento, porque me tomo mi trabajo muy en serio. Me da igual hacer un libro de humor frívolo o una novela cargada de intenciones, aunque con uno me libere y con otro me rompa en cada página. Pero cuando escribo, no pienso en nadie, sólo me dejo llevar. Sólo al terminar la novela me planteo a que editorial entregarla y por qué. Cuando me “descubrieron” como autor juvenil, lo hicieron con libros ya escritos inicialmente “para adultos”, o sea que yo ni sabía que eran “juveniles”. Todo depende del lector y de su talante.

–Últimamente tu obra ha girado hacia terrenos más comprometidos y duros. ¿Es algo casual en razón al orden de ediciones o premeditado?

–Llevo unos años sufriendo una fuerte mutación interior. Siempre quise ser escritor, y como escritor siempre quise ser libre, independiente y feliz, no estar en ningún partido político para poder hablar de lo que quisiera y ayudar desde mis novelas a cambiar las cosas denunciándolas. Pero llega un momento en el que no basta con todo eso, saber que te leen cada año medio millón de personas, etc. Hay momentos en que el compromiso es básico porque te duele lo que ves, lo que sientes. Ahora milito en varias ONG’s y ojalá tuviera 20 años para irme con Greenpeace a detener barcos contaminantes. Soy un humanista, y me preocupa la humanidad. La lucha no acaba nunca, sólo cambian las causas. Siempre habrá algo por mejorar. Y cuidado, cuando hablo de luchar siempre me refiero a la lucha pacífica. Soy pacifista, sigo siendo un hippy de los 90. He recorrido medio mundo y hay cosas que no se pueden entender viendo la tele en tu casa. Has de ir dónde pasan las cosas y meterte en ellas. Esa es la razón de que mis últimas novelas sean más duras, por fidelidad a mis principios. Escribo lo que yo siento, no lo que puedan esperar otros. Cada libro mío ha de ser una sorpresa.

En Vallirana hay una hermosa puesta de sol. La misma sensación de paz que nos envuelve después de una tarde en la que la literatura ha sido la gran protagonista junto a la vida y la pasión por vivirla.